Me lanza palabras, y no encuentro las rimas.
Yace, mece, padece, fue Dylan, mutante, rasgando papeles, embarcando canciones por diferentes mares.
Me mira, vuela, surfea, coquetea en su voz, sueño, me apedrean el instante vacío, el hastío, navegar por la red para vivir sin sustento, náufrago desprendido de tu beso. Aunque estés ahí abajo
Las cartas barajo, dicen que mejor echarlas, pero si falta tu copa, suena a derrota, mazmorra, cadena sin fin, ni gin.
Donde está tu ruta, para buscar orientarme con mojones, tajones, melones y ahora tostones.
Se quedan entre los dientes, diantres iré a donde no me llaman. Mejores clientes, su que con díabetes.
Desde el mirador, hablador, seductor, eyector a tu ya, canto y deletreo tu boca, pies y quizás una rodilla, exhausto quiero tu orilla, de arenas, palas, castillos, de holas con olas, que te zambullen, rebullen y ella, ¡,oh!, te rehuye, pero su presencia llama porque restituye, tonos, danzas, chanzas y esa hondonada en la que creo encontrar una zapatilla que brilla, de su calabaza salen pepitas de oro, sin metal, solo tu mirar, coger, decir,
Aquí llegó la vida y ella, dice toma y tú que viste la nueva magia del tomate que nace, entre tus dislates, atrapas sus dedos de chocolate y nos fundimos aunque sea tarde
Y de su torre, parten las voces irrepetibles del Dylan transformista.
Le querían vigilar para que fuera predecible y convirtió su vida en los encuentros de Ulises en mil tierras y con habitantes de camas desconocidas para sus versos que te pongan mil trajes
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