Al caer en las redes de Twitter, aparte de hacerte redependiente, te quita tiempo para leer un libro. "La patria en la cartera" de Joaquim Bosch permanece muchos días silente como poseído por tu misma desidia. No se levanta a tu paso. Se mimetiza entre todos los libros y cuadernos abiertos que no es una señal de trabajo, sino de caos. Él, está; cuando decidas te hablará, ahora, de la transición, como en sus primeras páginas de quienes fueron los beneficiarios del golpe de Estado. Hubo militares, pero sobretodo empresas que las dieron sustento. Decían, ayer , en una tertulia que se ha instalado el odio en la sociedad. Te venden amor, en sus pancartas y rechazo al diferente en su información manipulada.
Muchas de aquellas grandes empresas, mimetizadas y transformadas en otras, pero con los mismos apellidos en su capital económico, no se mancharán, ni siquiera las fuerzas armadas, en un principio, ni la siempre pulcra justicia. Se te clavará en el corazón ver a los pobres, necesitados, iluminados y enviados quiénes vayan por la calle travestidos de q somatenes, de tontonmacu o de kulos kálidos kenutrios. Verán a Monzón, que fuera de cualquier escenario no es el gran Wyoming y creerán que es un rico, que les quiere quitar el dinero que les están negando sus empresas y sus políticos, pero le echarán la culpa a él, para desahogar sus frustraciones, para ganar enteros ante los que seguirán siendo sus opresores. Pero que rico está el hueso de pollo recogido de la mesa del señor.
Virgilio Leret Ruiz fue ejecutado en Melilla, por negarse a cumplir las órdenes de militares rebeldes. No tenían una buena causa, estos últimos, lo demuestra, hoy, en este libro de Joaquim; ayer, entre otros, Antonio Maestre, en Franquismo SA. Era el dinero que querían tener, robar las élites de siempre.
Hoy, impuesto un régimen mediático, como forma de estar en la sociedad, podríamos mirar quienes soportan esos programas vendidos, necesarios para un determinado relato.
Si no existieran los actuales audios, tendrías que confiar en el criterio, con el que has evitado siempre caer en las redes del "más, más, más" para que no te envolviera un empalme que te llevará a una eyaculación, sin placer. También, desde hace años, evitaste las preguntas que no querían respuesta, sino escucharse bella en el lago de placer en que se baña y al que se llega en su única senda por la que transcurrir el pensar. No parece uno de mis méritos, tan sólo empatía for the devil, diría alguna piadosa mente, diríamos que un poco alienada, por soltar un pequeño improperio defensivo.
Es esa primera línea, bien engrasada en dinero y narcisismo, la que hoy combate, mientras con ello se consiga el éxito de eliminar al enemigo.
La belleza, la pulcritud de dos pequeñas damas. El glamour de una mesa envuelta en entretelas de seda que igual adornan, que sirven para ahogar a quien dice que duerme con "la conciencia tranquila"; en su último acto de dignidad, ante las cofias y cardados de la dignisima y macarra mostradora de embarres preparados "ad hoc"; todo eso, engrandecido y exhibido en platós de porcelana de Talavera, no puede quitar que un reino, que es República traicionada por quienes se han servido de él; ni un periodismo, por muchos colegas glamurosos que entren en programas de autoayuda, tienen sentido, ambos, por mucho baños de espuma que se use, para tapar la mugre.
Carlos Hernández, gran defensor de la ley de Memoria Histórica, defiende a quien quiso tomar bajo su tutelaje, no sólo a unas élites que se ofrecieron en el coso de las dentelladas, traiciones y hundimientos para edificar una sociedad más humana. Defiende como ejemplo de un señor de los anillos de una cierta izquierda, a quienes le pudieran oír y ver como ese gran contorsionista en el que hemos pensado ser ante nuestros placeres culpables.
A Carlos, siempre nuestro máximo respeto, a los capitanes que abandonan el barco cuando a este le han puesto y fijado, rumbo a los acantilados, nuestro desprecio.
El guía que se sube a la torre para sólo ver los pasos por los que pasarán las mercancías de su amo, nuestro indiferencia
Traidor, para servir a su amo, aunque aparezca en la fotografía de los egregios servidores a una patria, a la que, sin embargo ayudaron a esquilmar. Grumetes, elevado a la condición de capitán con el único mérito de ser un traidor
Mercenario, soñador de guía de masas, eso es para mí ese sicario.
Nada que ver Carlos, por quienes se exponen ante el gran capital. Dices que el "sólo es un puto podcast", hace política, y tú y ello, pero eso sí, respetando las reglas del periodismo. Algunos aspiran a mucho más; otros, a ser respetados en lo que se nos informa
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