Algunos dicen: vamos a quitar el Mayo; pero claro, allí, se ponen a mirar por un lado, luego por el otro. Rodean la vivienda de ella, Vivien; les da tiempo a preguntarse como han podido poner ese nombre, en aquel lugar. Pero siguen dando vueltas para un lado y para otro. Por el primero, una zona boscosa muy enredadas cada una de las plantas. Parece como que estas y él se ha tejido el pelo de la misma manera.
Por este otro espacio, vemos dos cielos. Arriba, miramos las nubes; hoy las paseo, porque algunas, bajas, me han permitido utilizarlas como escalera y ahora ando por ahí, a toda leche. Este verano, parece que rematará nuestras desgracias con alguna granizada que elimine lo poco que nos ha quedado de esperanza en nuestro diminuto huerto.
Por abajo, el océano desafía al cielo, pintándose en las crestas de sus olas, con la espuma de un capuchino. Lo han visto como se lo toma una mujer, muy relajada, en una imagen que les ha llegado. Por ahora, él lo que busca un grupo de embarcaciones, que están anclada a la derecha, según mira. Riéndose, no termina de imaginar como se llevarán estos dos espacios allá donde coincidan. ¿Se ensamblarán o de esa conjunción saldrá una explosión y perderse en el vacío?.
Por lo pronto, después de visitar todas las cabañas de los familiares y prometerles que les devolverá el dinero, porque va a una tierra prometida, termina hablando con el dueño de un cayuco. Este le ofrece todas las garantias. Le hace mirar por unos prismáticos de juguete, para mostrarle lo cerca que esta Canarias. Sabe que es mentira pero, siempre, se imagina que ve aquella especie de chimenea, que le han dicho que se llama Teide. Algunos días, cuando consigue fumar, mirando hacía aquel lugar creer percibir que el humo es de aquel cráter y no el de su cigarro.
Le llaman "el empanado", pero él lo tiene claro. Conseguirá su meta.
Nada más salir, del pueblo que tuvo como administrador a un Combo Blanco, nota que la embarcación con treinta personas no termina de avanzar. El viento se ha puesto en contra y las olas le van desviando. El tratante le tranquiliza, junto con su vecino, si la barca tocara tierra, sin haber avanzado ni tan siquiera el horizonte en el que creían estar, vuelve otra vez a tierra y desde ahí les ha dado indicaciones para que cruzando, Senegal, lleguen a Marruecos. Tienen un salvoconducto cada uno, y una mochila con comida. Parece como si todo fuera a ir muy rápido. Dos desiertos le esperan y dos mercaderes que les atraen con la religión. Ellos no lo son, pero sus madres, les dijeron que estos serían de fiar. No en este caso, les utilizan como esclavos y como tales se los pasan a otros, en una transacción macabra, porque les meten en una mina de los que muy pocos salen.
Ellos si, pero para huir, sin dar pie a dioses y sus enviados para que les vuelvan a poner la mano. De Marrueco a Argelia; allí trabajaran para limpiar en una empresa de gas. Habían abandonado la idea de ir a España, porque les ha dado tiempo a conocer la clase de miserias que también les rodean a estos pueblos de colonos, expansionista; todo se lo ponen de frente. Cogerán un barco, mucho más consistente que aquel cayuco y en una hora podrán ejercer su labor en su nueva tierra. Creen conocer como cuidar el gas, después de una época, pero no han aprendido que incluso con chaquetas y buenos sueldos sus jefes pueden ser unos miserables.
Les han embarcado con un motor que rompe a las 10 millas y que aunque lo arreglan, descubren que tenian petróleo par 12, con lo cual están anclados.
Dado el chasis de este barco, decían que podrían con 70 personas, pero al final han metido hasta 90; están rotos y parados en mitad de un Mediterráneo tan harto, como alterado, por tantas basuras vertidas sobre él, por un clima extremo que se acerca a un Septiembre que requebrajará los cielos.
En una noche oscura, con el agua entrando y ahogando cada vez a más gente, su amigo cree ver una luz, cree que la puede tocar e incluso subirse a ella. En otra capa de agua, en la que ha roto el cielo, la luz se pierde y Moha ve a su amigo, hundirse. Tenían atadas sus vidas, pero no la muerte. Siente que no puede hacer nada y que se dijeron que el otro tiraría para revivirse los dos. Lo hace.
Ibrahim ya no ve la luz, sólo la quiso acariciar, pero esta no se dejo. Se funde, nos dice Javier Gállego, nos lo pinta Juan como un diluvio en el mar. Nada queda, en el lecho que le acoge se abraza con quienes se hundieron, son tantos los brazos que pudieran formar un puente para llegar a la otra orilla y sin embargo, yacen, como los enterrados en las cunetas, como esperando que les insuflen vidas para que puedan contar sus juegos, el amor de su madre, la sonrisa de ella, anclada al pueblo para cuidar de sus hermanos y madre. Sólo, cuando todo se calma, ¡podrías oír tantas historias y quebrantos!.
Moha, con ya sólo 30 personas, ve la luz que les envuelve como una bufanda. Luego sabrá que el barco que les rescato es el "Open Arms" y que las barbas que vío, puestas a remojar eran las de Oscar Camps. Pasado un tiempo, donde encontrará campos de odio y sonrisas de casas; se meterá en una de ellas y desmotrará a quien le negó la palabra, que él la tiene en todo los surcos de su cuerpo y de ahí, cuenta los caminos por los que abrió los manantiales que otros cegaban de cieno con odio.
Salió un Mayo, y en la plaza del pueblo donde ahora habita descubre un Mayo, en forma de árbol talado. Cree que si lo subiera se desollaría por la rudeza de su corteza. En este tiempo, pasado, ya tranquillo, siente que ya ha podido restañar todas las desolladuras que tenía su espíritu. Rie risueño cuando una niña que quería beber un Nestea caliente, a las 14h. de un Julio de golpes de calor, por fín le pide un vaso grande y dos hielos gigantes.
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