martes, junio 30, 2020

Cinderella,

Buscando la canción de Bob, no podría imaginarme que salieran los siete enanitos; sobre todo, porque en el autobús que tomé ayer para llegar al Instituto, se subió uno de los cerditos que había visto destruida su casa porque una ola de calor, había decidido convertirse en un viento huracanado y la cresta había decidido llevar la casa de nuestro gorrinito a un lugar de montaña. Claro eso se lo dices a alguien que habita con los jabalies y te dice pues muy bien, son casi primos hermanos, con lo cual con una época de adaptación, seguro que estarán muertos de risa en tres semanas. El problema es que nuestro cerdito es hawaiano y que lo que más le apetece cuando el lebeche aumenta es salir con la tabla de windsurfing y pegar tres brincos fuertes y girar la vela con seis trasluchadas que ya lo quisiera para sí el cañón que por lento no derribo a aquel patán que luego nos esclavizo por una serie de años.

 

Las trasluchadas en las tablas bien, pero en las embarcaciones, en cuanto hubieras dejado de salir durante una época te pegaba unas sorpresas que más de una vez te había pinchado en el profundo pozo del valle de la ola con lo cual el mascarón de proa había parecido querer abrirse como un tulipan saciado del agua de la primavera.

 

Nuestro agradable elemento de la ganadería porcina, había sido darse cuenta de la situación y se presentó en mi casa. Pues la forma más rápida de llegar otra vez a la playa, desde aquel lugar con caídas tan abruptas, era la piragua.

Hablamos, negociamos durante poco tiempo porque a las ganas de él por llegar al lugar donde la palmera, dijo a la palmerita, que el que coco para el que se había subido debía bajar pero sin estruendo, se unía mi ansia por saber si todo el aprendizaje que hice durante años se había ido al garete, por mi inactividad y mi desidia y falta de coraje para analizar los videos que me habían provocado aquel grave accidente.

 Nos pusimos enseguida en marcha. Al poco tiempo, fue uno de los enanitos el que se nos unía de forma inmediata. Andaba cerca de la orilla, modelando un kayak, con una maestría que jamás había presenciado; esperamos un día, le incluyó los últimos matices de comodidad y allí mismo nos hizo una exhibición. La piragua respondía a todo, deslizamiento, comodidad, capacidad de giro para entrar en las variadas contracorrientes donde nos iríamos introduciendo, bien fuera por enormes piedras, bien por pequeños giros que ofrecían una encalmada tan nimia como necesaria en algunos momentos.

 La verdad que con esta incorporación a la expedición cumplíamos con los cánones de seguridad que se exige al bajar un río de alta montaña. Al menos, tres personas. Pronto, nuestro nuevo compañero nos demostró que haber estado con Blancanieves durante una larga época le había servido para conocer todas las variantes que podían surgir en las aguas bravas, un rebufo, un sifón, un árbol caído el día anterior que cambiaba la forma de actuar del agua con respecto a las corrientes y las fuerzas. A ella, le había costado mucho llegar a tener aquel nivel. Sólo cuando viajo a Sefti Famma, para bajar el río Ourika junto con nuestra Cinderella fue cuando el grado de perfeccionamiento le sirvió de seguro para poder actuar con esa elegancia y sobriedad con la que normalmente actuaba. Ellas dos, llegaron a quitar el zapato de cristal a otro de los enanitos, pensando que no era el gruñón, pero vaya tarde de bronca que las otorgó a las dos.

 ¡Qué no se podía estar siempre de broma! ¡Qué como  se les había ocurrido quitar el tapón del kayak, en la embarcación de plástico! ¡Qué si no se habían dado cuenta que le había empezado a succionar el vacío producido en la parte de atrás. En fin, un lio, grande.

 Las hermanastras de Cinderella, se habían quedado en una isla, que se produjo cuando se produjo una gran avenida de agua, en aquel maravilloso río. Durante dos días no pudieron socorrerlas, y no pararon de gritar. Cinderella, que cuando fue con su embarcación y sus cuerdas de seguridad, nos la vio, siempre pensó que se podía haber hecho de otra manera. Ella abandono aquella práctica.

Es tan frágil el cristal sobre el que edificamos nuestras seguridades


lunes, junio 29, 2020

Rodari y el dinero

Embarcado en el libro de Gianni Rodari "gramática de la fantasia", zarpo para describir el mundo que se me presenta en el horizonte. Necesito ayuda y por ello, él con su literatura-banca, me la acerca esta hasta la borda para que llegando más alto, pueda ver desde mejor perspectiva tanto el horizonte, como las sombras que aparecen debajo de las aguas.

 En un primer momento, desventado el barco, paralizado en una encalmada que me pudiera parece improductiva, sin embargo, no muy lejos, percibo el runruneo de una enorme corriente, pero no de agua, que parece que al llegar nosotros a ella, se hubiera activado un semáforo inteligente para que el viento dejará de empujar nuestras velas como a un Sísifo que se le ha librado, por un instante en su eternidad, de seguir subiendo la enorme piedra en una tracción sin descanso.

Estamos acostumbrados a tantas paradas, que ya nuestra mente lo asimila al hecho de quedarse mirando durante un rato al móvil.

Yo, iba a hacer eso, pero claro, la fuerza de la corriente estaba produciendo un estruendo que no me permitía concentrarme en alguna de las cosas insustanciales, efímeras con la que paralizo mi mente para acudir zombi a esa gran verdad proclamada en el mensaje, que el olvido en el primer mordisco a la vitamínica zanahoria.

 No podía creerlo, el dinero de todo el mundo, se había canalizado en aquel flujo; las cámaras acorazadas habían sido burladas por un hierro aburrido de su seguro hormigón;  se había arqueado para dejar paso a tanto oscuro billete que se deshacía por momentos como el chocolate que hubiera querido comer su guardián sin darse cuenta que el cambio climático le había reblandecido para convertir sus componentes en cruel testigo de sus ansias.

Las palmeras, míticos testigos de cuerpos morenos, exhibidos en su esplendor, sin el castigo infringido a los pobres que los deben adaptar a otras de sus celdas en la que admiten ser encerrados, para ser salvados y sanados, se habían convertido en pateras, que huían de sus paradisiacos señores para buscar acomodos menos petulantes, menos obsesionados de convertir en cielos, su paso por la tierra.

 Las facturas que querían quitar ceros, para que estos sirvieran de colchón a los dedos de los trileros para seguir haciendo sus fechorías, también habían visto como ese dinero se subía sobre las tablas que le llevarían, por esta corriente hasta remontar, expertas, por los ríos de necesidades que tenían la Sanidad Pública para dar dignidad a todas las personas nacidas (raro era ver la preocupación por las no nacidas, de voces bíblicas y raro era oír sus soberbias sumas “por las cuentas de la vieja”, de las ganancias con especulaciones en sanidades apañadas y en educaciones, decían que libres cuando, sobre todo, eran selectivas).

 Escribía Rodari en su libro sobre esa situación, como algo fantástico, por imaginar; pero leches, yo lo estaba viendo, cerca del Meridiano 0, en alta Mar; el dinero cogía y se iba por corrientes secundarias para ir a corregir tantas y tantas situaciones injustas, y lo más curioso es que, como locos, los inmensamente ricos, con sus motoras planeadoras de oro, volaban hacía una y otra parte de las corrientes, las atravesaban, las intentaban hacer un lazo imaginario como para empaquetarlas y que volvieran a sus guaridas, pero no lo conseguían; lo que si quedaba eran esas inmensas naves de oro que aun así, les permitían diferenciarse de mí, de mis pobres atuendos y perspectivas. Lo curioso es que a mí, no me importaba, pero ellos, que se enriquecieron con las energías fósiles, ahora ya, también enriqueciéndose con las solares, no cejaban de intentar reunir su amado dinero; eran insaciables, persistentes, habían convertido su vida en un solo intento de conservar lo que creían suyo. A su lado, no marineros, porque eso hubiera implicado un grado de conocimiento y sabiduría, sino menesterosos morales les ayudaban, dando voces, poniendo trampas para que el dinero reculara hacía sus antiguos dueños. Nada de eso era ya posible. Como en el cuento, aquello se había hecho realidad y el dinero había desaparecido para convertirse en oportunidades que estaban siendo entregadas a personas diversas, que se equivocaban de paso, que confundían la noche, con un día de nubes, pero que tenían dignidad y se valoraban como seres humanos. Tanta y tanta predica para descubrirse dando pasos fáciles para tener perspectivas de respeto a sí mismo y de esperanza sin condicionadas entregadas y condicionantes seres pueriles.

domingo, junio 28, 2020

nacer a la viña

Andaba dudando si acudir a la viña para darle una atención más adecuada. Algo pasó ayer que me hacía dudar de esa segunda oportunidad que le concedía a esa parcela, que a todas luces parece que pudiera estar viviendo su corrosiva decadencia como muestra en alguna de sus viñas que o se parten, por la sequedad extrema o que, porque con una ligera agitación proclama que sus raíces ya desaparecieron y sólo queda la apariencia.

El caso es que alguna rama, me había hablado. Me han pasado cosas raras, pero que cuando ese día 27 de Junio, no tan alejado de una primavera primorosa, yo, inocente, pero contundente por lo que dicen que es por el bien del general viñedo, acercaba la tijera, una rama me chistara (ssshh, ssssshhhhh) para decirme que no era a ella, sino a la que estaba al lado a la que debía dar el corte de gracía; al principio me hizo sonreir; me dije, como yo, cuando me quedo como un palo al ver a esa magnífica chica que con su pelo ensortijado, me enamora con sus imitaciones.

Claro, uno se pone a pensarlo y dice, vaya esa rama me habla y aquella de allí, tan bella, ni siquiera se identifica con lo cual, me llevan a hacer una discriminación por la simpatía de la primera que, por el tiempo pasado, yo debía saber poner en su justo sitio, pues tiempo hacía que aquella silente diosa, me había animado al persistente "I like, I could".

Aquella última no me habla con el lenguaje que yo estoy acostumbrado a ya no oír, así se hace uno de mayor y sin embargo la pulcritud, el brillo de su ropaje también debiera ser significativo para mí. Pero claro, te pones a escuchar a Juan José Millás, en el "A vivir" y tú dices, pues no, no he cogido el cuaderno donde apuntar las palabras que me soltó, (cómo agraviada, como enojada) esa rama que, sin embargo, debía comprender que debía servir para prepararme ya mi próximo hamburguesa vegetal carbonizada.

Hizo ese último intento y, como para quererla, como para besar su tiempo, busqué por el suelo más alejado, por los troncos más débiles, por las más bajas ramas y pasiones algunas que me pudieran atraer, pero no pude. Supe que debía sacrificarse para encontrar esa más fuerte, más preparada para recibir un injerto, que en un tiempo posterior, endulce el paladar de quien se rebulle bajo las sábanas satinadas que se aprestaron a resguardar nuestros ardores de la llegada del profundo otoño.

 Y porque ella me había hablado, o yo, por primera vez, había sentido las hebras que la hacían poderosa, me entregué a su contemplación por unos instantes, y de allí, con todas las anteriores ramas y hojas, que pintaban el suelo de un ocre sobre el que revivir mi primitivismo, me embarqué, en tan magno escenario, en una danza para recordar cada uno de sus estadios desde los trazos, a veces quebrados, otros energéticos; a veces húmedos, o risueños con las gotas que o la temblaba, con la agría caída de cielos quebrados y enfrentados o la acariciaba por la dulce cascada por la que manaba una nube con besos de esponja.

 Sobre el escenario que había llenado con ramas y hojas que parecían desamparadas, yacía para sentirme tan ebrio por los abrazos postreros de sus tallos que se ceñían en mis formas; por las hojas sobre las que giraba como para engendrar otras vidas, en aquellos páramos de sudores, miradas y sonrisas ebrias de las pasiones contenidas en zumos que irrigaron pechos ardientes apenas sofocados.


sábado, junio 27, 2020

6 meses. Paso por la UniClimática

Theguardian.co.uk, 6 meses para un cultura más verde

Es probable que cuando me haya quitado la cabeza para no rozarme con tantas ramas bajas y para, a su vez, no sentir su pesadez, que con este Sol tan justiciero se convierte en un amasijo de sesos que en su tiempo, podían ser hasta chupados, por su gusto picante con tono agrío, pero también porque ahí podían estar las conexiones neuronales necesarias para no dilapidar un bonito futuro con aquella chica tan diferente, hasta en la pausa; pero que desde el primer día de Universidad te había atrapado en el maldito silencio, que ahora pudieras comprender bueno, aunque no lo fuera.

No me ha importado ponerme los ojos en el pecho porque de esta manera, estos han vuelto a sentirse rodeados de una pelambrera que le taparán los ojos cuando se le humedecían porque contemplaba el activismo impotente, ante la saña con la que estamos destrozando nuestro planeta.

Dice una voz conciliadora que estamos también en un ciclo donde todo esto tenía que llegar. El calor extremo, tiempo apacible incluso en pleno invierno.

Yo que me ha dado por hacer pesas de lecturas de Climática, oyendo carnecruda siento que mis pechos son henchidos tanto de conocimientos como de ira, por la impotencia con la que nos sometemos a ese conformismo atávico que impregna la aceptación de nuestras impotencias. Antes, cuando no renunciaba a quitarme la cabeza para según que actos, podía sentirme fuerte, por lo compartido y porque quería y buscaba la compañía  de quienes buscaban avanzar, aunque fuera en diferentes sendas.

Hoy, casi me da igual, sin nada en la cabeza, siento ligereza, la mano de quien me la da es cálida, con dedos largos y con palmas que me describen un mapa para seguir en la vida las consignas firmes que noto en sus nudillos. Siento en sus venas, el pálpito salvaje de las verdades inmutables, pudiera ser que el flujo sanguíneo de tantas miles de personas hubiera creado un bloque mítico que nos empujará a sueños comunes.  Preferiría esto a saber que esas nervudas protuberancias le fueron hechas por los parroquianos que les marcaron sus faltas a la hora de saldar sus deudas. Para que sobreexponer los frutos de una iniquidad y una ausencia de moral, si puedes grabar esas extremidades nervudas en una tela para darle una pasado mitológico.

Me he quedado debajo del árbol, salvado por mi temporal inconsciencia, descansaba y me consolaba porque uno no está habituado a perder tan importante miembro, que podríamos decir que es el que corona extremidades robots, para distinguirnos de estos seres, por ahora, incompletos. Todo mi cuerpo, como abandonado, ha rejuvenecido cuando la cabeza botada con champan ha acudido a su sitio habitual.

 Esta unión permanente, cuerpo y mente, ha retozado, a la vez que se ha quebrado cuando ve que todo se repite. Ciudad en aceleración permanente, salida para liberarnos de cadenas que nos pondremos el domingo, a la vuelta.

 Se oyen más las voces de feoes porque con sus dineros tañen en todas las campanas susceptibles de ser badejadas que el silencio que restalla cuando se niegan a satisfacer sus deberes ante la sociedad, que les da esa su ventaja, para 20 vidas por delante.

Raro es desde luego, que alguien que no había trabajado hasta su ascensión al cielo ministerial, posteriormente sea recompensada con su estancia a sus manos derechas, sin ningún reproche, sin ninguna vergüenza; mientras arquitectas para un mundo en el que todos sean atendidos tengan que ser sometidos a las bajezas, de quienes para ser dueños, tuvieron que ser siervos.

Expertos nos avisan que seres atropellados, ya mismos, por un cambio, que si, reconoce mi interlocutor que estamos acelerando, pero no sabemos bien hasta que límites y en que proporciones lo estamos implantando.

 Como en "M, el hijo del siglo", la superchería, la mitificación y las palabras de la glorificación de un gran poeta, pueden convertir en fieles arietes a quienes sueñan tener una misión superior, que sin embargo sólo ha sido servir a los que siempre les sometieron pero, ahora, con el abrigo vibrante de una tela imaginaria.

El árbol apacigua la cabeza revenida; la información nos prepara para el conocimiento y la impotencia, más si aquella cierva supo esperar pacientes a que llegará su cervatillo, para ponerse ambos a cobijo; no seremos nosotros quienes no vean la necesidad de hacernos conscientes de las tremendas fallas, que nos pueden hundir para engullirnos



Siameses y mercader

Siameses y mercader
Zaida, Fernando y