martes, junio 02, 2020

Nuestros límites, Hermann Langbein

Hermann Langbein escribió un libro sobre "el ser humano en Auschwitz". Primo Levi, me invita a leerlo. Años antes un niño sube a un cerezo, para llenarse la boca de unas prodigiosas cerezas que le sacian por su sabor y le pintan por su textura. No muy lejos, el dueño de esa parcela ha estado esperando el momento para darle el gusto al infante de sentirse lleno y a él de sentir el placer de aporrear de forma anímica la autoestima del profanador de su sagrado árbol y de hacer valer ante el mundo la universalidad de sus pequeño mundo de dos cerezos.

 Cuando el niño, adormecido, por estar saciado, se deja mecer por el equilibrio de una rama cama, el sonido de una orquesta de pájaros, la placidez de un estómago rebosado y la sinfonía de una boca llena de los arrumacos de los mil besos recibidos por su madre, hermanas y su primer amor que le dijo que su lengua se embardunaría de él para siempre, pues le había sabido al primer fruto con hueso que tomaba en esa primavera.

  Apareció él, el agricultor, siniestro, seguro de sus límites, certero con su arco inmisericorde. Quería lanzarle dos flechas que le marcarán el territorio del que no se debería mover, porque ese sería el inicio del escarnio. Sus años de práctica le habían dado una seguridad que saco de su letargo al niño moreno, de pelo rizado y con ojos de almendras que comenzaba a ser mecido por su pelo abundante con la brisa que se había levantado y utilizaba las hojas para acariciar la textura de la cabellera rebelde de la cual se enorgullecía con mucha frecuencia. Ese cambio brusco de estadio lo desequilibrio en gran manera; se quedó quieto pero su mente asaltada entro en una ebullición de la cual apenas se tenía noticias por el exterior pero que en su cerebro tenía todos los compartimentos destruidos. Sabía que eso le llevaría a una explosión, por eso espero algún signo amistoso por parte de aquel propietario, que al fin y al cabo, nunca antes había hecho caso al cerezo que desde su más tierna infancia le había vestido su cara y sus sentidos de un carnaval de los sentidos.

Cuando, después de un rato, arreciaron voces, imprecaciones, insultos, desprecios, vejaciones acerca de sus seres queridos. Destrucción de la inocencia de sólo un día sentirse en comunión con aquel maravilloso árbol. A su lado, cogió la rama que la segunda flecha, había tronchado. Observó que en aquel lado se había quedado puntiaguda y la lanzó con tal puntería que entró por la boca del pastor de cerezas. Pareció que se debía haber tragado todos los exabruptos que había lanzado a aquel escanciador de placeres prematuros.

No sabemos cuánto duró la agonía, tampoco sabemos si aquel ángel, años después, fue puesto en el disparadero de acudir a aquel campo de concentración, para que olvidando toda la belleza que contenía, la vistiera de una perenne crueldad, exacerbada por quienes maquinaban ser dueños de dioses, a los que escondieron que en su divinidad, les harían sumisos.

Veo el inmenso campo, en el que quieren someter los tiempos de compartir, por tiempos egoístas de parcelas que no se dan cuenta, sus dueños, que serán ordeñadas y dominadas por sus cantores impecables

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