lunes, junio 15, 2020

Cuando te miro

Cuando te miro, tú lo sientes, porque con mi mirada bovina, comprendes que puedes ser pasto de mi locura.

A veces, miro con arrobo la belleza de tus pies, como si allí se hubieran concentrado todos mis sueños de tenerte entre mis brazos:

Como si con tus estilizados dedos sintiera las cosquillas de aquella sacerdotisa que me daba tila en su bañera de vapores baños turcos, necesarios tras un fin de semana vagando por las tierras donde las paladas, soñaban con molinos de vientos imposibles. ¿Cuál era su elixir para el infinito después?

 Dedos para tocar una sinfonía con el recorrer de la piel de mi labios exploradora de éxtasis en los recovecos más imposibles; antes estuvieron en la galeras para dar pasos de vuelta, saltos de sueños aterrizados, golpes por las torpezas de los sentidos engañados.

 Sobre cada uno de tus poros, introduzco el veneno que tú me inoculaste para ser dilecto admirador, por si consiguiera cantar lo sublime de tus dos cimientos sobre los que acierto a contemplar tu imperio.

 Mis ojos, los siento como que quieren huir a los cielos de tus sabores y sin embargo, astutos, se giran apetitosos, para  aprender en esos pies diccionarios  en mil plantas y allí, los dos, retozones, cada nervio busca mis dedos para que le succione cada palmo de un plano de un universo en explosión; me retienen sus luces porque aparecen en el interior con su pulpa del melocotón con la que sacie mi sed de ella, entre los dientes hambrientos de pequeños mordiscos en un verde infinito de abril que tiene un hambre de eternidad, aunque se apagó en un inmediato duermevela en los que nos reposamos un instante.

 Recorrer los surcos de tu talón con el que zapatilleas los hipnóticos abrazos en los que me siento ingrávido para invitarlos a subir en mi espalda que se arquea como para dejarte paso cuando en algún otro mundo de tu paladar, en melodía de estrellas entrevea que la piel por explorar va más allá de tu tendón de Aquiles, osado arco sobre el que apoyas la flecha que me ata a la delgadez de un hilo sobre el que te escribo tres versos de amor y una palabra desesperada, si, por momentos, no te encuentro.

 ¡Qué fue de mis dedos que querían huir hacía más tí y chocó mi torpe nariz inquisitiva sobre una rodilla, articulada para enlazarnos al mástil de un velero de montañas de aguas que se deslizaban sobre nuestros sofocos!






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