En un pozo, rodeado de luces, existe un silencio estruendoso, en movimientos cortos y espasmódicos, intuimos partes de cuerpos esparcidos por el suelo.
Nada claro parece suceder después de una interminable destrucción. Una luz roja, de vez en cuando, parece acusar a aquellos cadáveres castigados por sus culpas.
Tras su cuarto recorrido inhumano, algo parece atarse a esa luz; esta, siempre acusadora, siempre inocente, trata de huir, pero una pierna se ha encadenado a ella. Existe un forcejeo, intenso, cruel, violento, la luz cae, nunca exhausta, siempre se levanta para ser el dedo acusador de ese espíritu que parece vencido, pero renace; abatido, pero andante; atravesado, por la flecha de la culpa, pero cicatrizada su herida porque, siempre, él, fue un ser querido.
Alimentado, por esa luz, que volvió a huir equidistante. Ella, ha salido a las luces que rodeaban esa gran oscuridad, ese gran vacío al que fueron enviados por nuestras músicas estridentes de "fast lives".
Como si nunca existieran, porque son un número más en nuestro ordenador. Un sonido estridente, al movernos, importunados de tantas nadas que nos entretienen. Pero si, pero están; del pozo, la chica fue sacando a su gente, desgarrando las luces que lo cercaban. Cercena, a esas luces platónicas, para que sean ellas mismas, las narradoras. ¿Para qué escuchar las sibilinas voces que les culpabilizan de sus atrasos, sus carencias, sus cadenas? Extraños cerebros, lejanos, explosionados en mil pedazos cuando aceptan los besos traidores que culpabilizan de buscar otros futuros, alimentados por intereses multimillonarios, a quienes buscan aspiran un trozo de oxígeno, seccionado del pozo cárcel bañado en oro
Extraños apacibles seres, que se sientan en el butacón de la confortable equidistancia.
Fue, es una alegre muchacha en un pueblo sin culpa, con sus amigas que rodean el pueblo con sus risas de agua para florecer una comunidad; con sus gritos, sin cadenas, para radiar los pálpitos de una tierra latente en miradas, preocupaciones, sueños y amores.
Sus hermanos, de Sol a luna llena, labran las tierras embadurnadas de la sal que les sembraron quienes se llevaron esclavizados a sus mayores. Sus cuerpos tallados en la belleza de la pureza trazan líneas, esculpen encuentros con los otros, describen las nubes que tocan con sus saltos y giros. Su poderío es su derrota ante el mercenario que entra en sus campos, en sus sudores, en sus líneas, para arrancarles un futuro que le es decapitado.
Creyeron quedaban lejos, los que intuían sus enemigos y sin embargo, una sola moneda, un maravedí, vestido de Sol, ha cegado al alguien que le ha sujetado, con palabras torticeras primero, luego con sonidos marcados por golpes repetitivos como de aguijones clavados con venenos inoculados por odios del valor de una moneda y por fin, cuando ni eso les paraba a esos jóvenes de ébano; acudieron dragones, con fuegos marciales, alas de acero azufre, garras de odios a los desfigurados.
Danzan por tiempo inmemorial, incansables hasta que ellas, también trabajadoras en todos los frentes y ellos, son expoliados y salen y navegan desiertos, de aguas ardientes, mares batientes hasta que les tragan, pero son, pero están. Son Ahmed, Iman, no yacen en el fondo, porque les damos luz para que a otros les salven de piratas, mercaderes, tahúres, que hoy, descubrimos, no están en aquellos lares. Están aquí, son nuestros intereses rentabilizados para ser sólo animalizados como Pegaso etéreo, incluso coceadores
Somos, los espectadores, quienes, ahora nos levantamos para que esos cuerpos que habían sido arrojados, otra vez, a los cientos de pozos oscuros que están, aunque no iluminados. Sean cegados y sus seres, levantados por nuestras manos, tratados como humanos.
Pero son,
pero están. Crudo, siempre está. En un cómic. Hoy, en nuestra danza. Joy División, para comprender un tiempo
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