sábado, junio 27, 2020

Tirteno

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Allí ella asumió el reto que tanto le había costado emprender. Saldría de aquella prisión en los que los señoritos del lugar la habían confinado después de haber pretendido "amancebarse", así lo llamaban ellos, me imagino que por sus influencias bíblicas que en realidad hacía mención a una costumbre muy arraigada, entre aquellos contumaces lectores, de castigo en ajeno de sus deseos más íntimos.

 El plan era audaz, pero confiaba en aquellas dotes parlanchinas que habían sido añadidas a su exuberancia tanto física como de belleza griega. Esto último, siempre lo hemos admitido como una cuestión de genes y bueno, no sé, cuando es tan esplendorosa pareciera también que hubiera habido un disfrute excelso, como la visión de su fruto. Esto quizás, es una ensoñación y quizás un deseo, no proclamado de posesión mutúa que adorne el éxtasis soñado.

 Ella conocía de memoria el manejo de aquel catamarán, pues durante largo tiempo había acompañado a su madre en la embarcación, pues está no se resignaba a que su amante, que volvía con su esposa, paciente costurera, diera aquellos días inolvidables como un puerto más donde haber podido poner una pica.

 Por lo tanto, volvió con Tírteno, su cornudo marido que había encontrado en aquel estadio, una aventura más para ser vivida aunque no siempre le resultaba apartarse del camastro, cuando la furia del encuentro le apartaba de sus exploraciones, siempre recatadas, por momentos vaciadoras, con instantes de un fulgor reminiscente de los volcánicos encuentros que tuvieron en la primera época, y que a ella, de forma más espaciada, cada vez, le gustaba recordar.

 Sunrise, con sus ojos verdes, su pelo largo y rizado, su boca con trazos de horizontes, su cara modelada por los cánones de los dioses y sus formas talladas por algún sucesor de Miguel Ángel; volvió, con las palabras puñales de quien se ha enamorado de otro, su rostro hacía Tírteno, sabía el efecto que provocaba en él, más si con sus manos trazaba caricias sobre su cara y por último le abraza, como para hacerle estallar el corazón. Le sabía vencido, aún cuando él, en su mundo, le hacía ver que sus anhelos cabalgaban, surcaban, corrían tantas vidas que ella, adorada, no le cerraba a un círculo de eternas derrotas.

 Viajarían en el bajel, en el que habían navegado para anclar, durante semanas hasta darse cuenta que necesitaban saborear otras cosas diferentes a ellos mimos; en la cala, donde el agua esmeralda, quizás fría por atlántica, sin embargo era abrasada cada vez que los camarotes y la cubierta les pedían un receso para ellos también calmarse. Con su pericia se adelantarían a la llegada de aquellos apolíneos griegos, que creían que una cretense que había bebido de los mágicos polvos de los cuernos de los minotauros, podría conformarse con aquel pequeño tiempo, de noches infinitas.

 Sunrise  confiaba ciegamente en Tírteno, porque a su pasión por la forma como conformaban con palabras tan dulces, como entregadas por los lazos de sus recorridos exploradores por cada uno de los puntos que conocían por explosiones que en vez de apartarles les amarraba más a sus mástiles amatorios; a ese camaradería amatoria, se unía que nuestro, no podemos decir desafortunado interlocutor, sentía los vientos como un perfume que rompía el salitre que por tantas horas, había agrietado su piel.

Era salir, y buscar la ceñida cuando el viento casi le desventaba por ser tan ansioso que recorría de proa a popa sin decidirse si a estribo o babor. La cabalgada y el buscando no salirse del fino hilo que le pudiera desventar y volcar, como le había sucedido en otros momentos, o le pusiera en un través con un viento menos entregado, menos poderoso

Llegaron a la isla, conocían a Polífemo, les ofreció de un néctar que no entendieron de dónde provenía, sólo que viéndole tan desamparado, hablando de Nadie, de ovejas y de hombres sin nombres, comprendieron que su estancia quedaría en aquella isla y que Polífemo, les ofrecía un nuevo mundo por explorar

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