Estando de frente a una nota, no sabes si la escribió, la
pinto o pudiera ser tan solo un trazo. Crees que en ella habita un movimiento
que se aprieta en tu interior, que se anquilosa en la falta de flexibilidad,
que se olvida porque ya, la potencia se reduce.
Sientes que no se la puedes transmitir a la juventud, porque ese efluvio nace sólo de tus vivencias, de la red que se ha ido tejiendo a lo largo de mañanas levantadas porque parecían que anidaba por entre las telarañas de un tiempo, sólo pasado, el inicio de algo que esperaba con su maleta, un viaje a la exploración, necesaria estimulante.
Tantas y tantas veces, cuando crees haberte sentado en un asiento del tren, que alguna vez soñaste compartir con aquella compañera, que lo tomó con un rumbo propio y feliz, sólo ves que el paisaje es la necesidad de meterte otra vez en la cama y sentir que desafiar tus horas de sueño, es un riesgo de pocos frutos, cuando en la cabeza se instala un melón, pesado, pero sin sabor a encuentro.
Otras veces, sin embargo, desde ese asiento, te anclas en esa nota, que dejas que se repita para que crezca y tenga pulso propio, pero con las raíces de un Dylan, que mana para definir nacimientos; otras veces, Bruce, la toma en un carrusel de rock de vidas que serán movidas por las manos que necesitarán ser fuertes cuando el desnivel se agrande en tormentas oscuras; tal vez, la nota que me mueva para ser engendradora de otras, necesitará la voz poderosa de Amy que lloré para sin la sal, irrigar los veleros a horizontes que se hacen difíciles de tomar.
Esa nota espera, que Miguel Ángel, nos despierte para que nuestro sueño, tome el camino de ser tarzán de jardines de Edenes, que si unos pasaron, a lo nuevos no les debemos poner cancelas
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