domingo, octubre 12, 2008

Un baile de mil tiempos

Michel Houllebque crea un mundo de seres superiores descreidos, sin arraigo que sueñan en vagar miles de años después, vagar como un mero acto fisiológico, sin emoción por la vida. Recorro ese espacio, colmado por Terenci, Gemma, Iñaki, Eva, Bob, Jhonn, Juan, Joaquín, reflexiono satisfecho del tiempo que entregaron para iluminar aquellos días, todos los tiempos.

El hombre de Cormac, valiente a lo largo de una carretera, se restrega por los fangos que le tienen atado a la muerte, para arañar extertores de oxigeno que le permitan poner en la vida a un hijo, entregado al descubrimiento de la bondad. Para el tiempo de sus emociones, profesor de básicas supervivencias

Kapucinski, viaja con Herodoto, intentando descubrir, los comos, porques, quienes, cuandos, paras de las más nimias cosas. Invitación a la búsqueda en uno mismo, obviando las negras pesadillas de los iluminados.

Sólo, a veces, parece importante vivir alucionaciones de quienes han podido obtener un beneficio nobiliario, pretendiendo perpetrar el atraco al futuro, creando monopolios, dirigidos por sus herederos, achacando al funcionario el estatus en el que algunos eternizan, primigenios actos, desenfocados o agrandados en el tiempo.

Pedales acercan al tiempo real, portadores a posibles deseos





Jamás tendrán la dignidad del doctor Montes, que ha tratado a los enfermos terminales como seres humanos, en el día a día, a la cara. Apoyados en esos turbios anónimos en el que se encuentran tan vivos, mientras no son puestos a la luz con micrófono abierto incluido, su verdadera catadura moral. Ayer patriotas, hoy, con sus vergüenzas al aire, seres hastiados del trabajo, tan pagados ellos, a lo largo de años.





Una vez tuve la suerte de tener en mis manos un comic que narraba como el ser humano, cuando empezó a desconfiar de quien le rodeaba, creo el ejército o la policía como elemento de equilibrio.



Pronto y a lo largo de la historia se ha ido viendo que quienes integraban esos cuerpos eran seres humanos, con su grandezas y miserias.



Algunos han tenido la suerte de estar en el bando de los que han dado las hostías y ahora en su vejez, manifiestan su verdadero ánimo, clamando por la necesidad de partir la cara al contrario. Esos seres, étereos, libres de penalidades con mentes infectamente pulcras se asustarían ante una acción que ellos mismos han promocionado. No están muy lejos, de quienes reclaman a asesinos defensa de difentes honores patrios. Cada uno usa sus armas.





Defensores de estructuras vacias. Creen que el ser humano se puede contentar con armazones sin esencia, vestidas del ampuloso diseño, cuando su única obligación sería dar asistencia sanitaria a quienes en muchos casos han creído en sus milanunciados mundos de impolutas obscenidades.

Siameses y mercader

Siameses y mercader
Zaida, Fernando y