martes, junio 23, 2020

Postrero

No siempre llegas a tiempo, sobre todo cuando por tercera vez, la ardilla te ha cogido el postre que está vez, si parecía que habías conseguido tener.

Hoy ha sido esa fruta, recogida a pleno Sol de Andalucía, que en esta época, también podríamos decir que es ya de Siberia, por primera circunstancial, con el tiempo una trampa en la que hemos caído a base de voces, canalladas, indiferencia, equidistancia y pereza mental.

Estaba ella, escondida en esta bazofia de comportamientos en las que sus hojas, de la especie encanallamiento, esconden por un lado los impuestos que nos son robados y que sin embargo, no son la principal fuente con la que nos enojamos, siendo más fácil, es ver al inmigrante que vende una imitación, como subsistencia final y precarias.

A este desprecio, no a la admisión de una ilegalidad, que legitimamos cuando ese material, vamos a supones que no igual, ha sido generado fuera de nuestra vista, por manos depauperados, ojos enceguecidos y mentes, por atrofiar o dentro de cabezas preparadas para recibir palizas para imponerles silencios que nos calmen aquí, eternamente acelerados; decíamos que a esa depreciación de la vida humana, la revestimos de odio al diferente. Nada que ver con el mensaje cristiano en el que nuestras visitas periódicas encuentran una paz, que como dijo Manuel Vicent, en un ya veterano artículo, pierde su compostura, cuando se pierde el sabor a incienso que se rumía y son las grasas, en formas olorosas las que revisten nuestras paredes de tapices al colesterol segregado para difuminarlo entre pesas y saltos a cajone vacíos de manos que alivien.

Ese es el fin del ruido, dejar campar las injusticias estructurales, los señores de los fondos buitres que amasan ganancias abusivas, indecentes y desequilibradoras, los pateadores de la igualdad de oportunidades del alumnado en nombre de una libertad mancillada, que sólo ejercen ellos para sus ganancias y la postración de quien no recibe las mismas oportunidades.

Lo doloroso es que estos dueños, siguen ganando siempre, en momentos menos proclives, porque como decimos tienen, no podemos decir titiriteros porque eso sería darles un valor positivo, sino moscardones que mamando de la basura, la extienden con sus revoloteos continuos, pesados y pegadizos. Y cuando por su persistencia, esos voladores mamporreros, obtienen su sagrado poder, el cual les fue dado por mor de palomas, que no son mensajeras, sino cagadoras de proyectiles ácidos, entonces ellos los poderosos que dan consejos para los demás, pero que no saben corresponder con la sociedad, con un impuesto ecuánime al existente en la Europa de su modelo, ya cómodos del todo, donan la capa de superioridad a la fiel estampa que siempre permaneció silente, no por brillantez, sino por quedar quieta, sabiendo que ese sería el mérito en un mundo de ansias.

Ser fuertes ahora, como se decían ellos, en sus partidas a cielo abierto, es tolerar que un ariete relleno sólo de madera muerta, crea que su sagrada misión es santificar una mentira, para desde su ignorancia, ser la San Piedra del lugar y con su manojo de llaves, con los que se atusa su fanatismo, decidir quienes entran por el ojo de su aguja, también vacío, como su capacidad de raciocinio. ¿Cuál es el pan rallado necesario para la contundencia de esa empana mental?

Si ese vagar por el limbo, envestido de altar sobre el cual se concede la gracia de quien es extremo, quien es limbista, profesión devenida en alfombra a la llegada de cafres, que mientras seas sólo hilo, sin cabeza, te pisará en tu autoestima, pero ¿qué es eso, si ya la entregaste a tus cálculos en partidas ganadoras?

Y la jodía ardilla, jugando con mis jugos, ¡cómo si no estuvieran, ya, bastante revueltos!


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