Cuando noto que me introducen el bisturí en el cerebro, me quiero rebelar pero sé por experiencia que si hago un movimiento brusco, el daño será mayor.
Me tenso, pero le dejó hacer. Cierro los ojos y mi mente se sumerge en la nada. Antes hecho una última mirada y comprendo todo lo que me rodea, un coro de loros comienzan a graznar y abajo, ansiosos, una piara espera a recoger la mierda que suelten los de arriba.
Siento que un poco de sangre se desprende de los alrededores de mis terminaciones. Me siento húmedo por la acción de este instrumento descabezado, pulcro pero siendo utilizado por una mano experta. Mientras me estoy yendo, siento que una mente enferma y sádica empieza a separar cada una de las capas de mis neuronas.
Trabaja de una manera metódica. Su corte es preciso. Como un juez corrupto, introduce su filo en el imposible espacio que los pudiera separar.
Nunca lo podrás comprender, pero ocurre; cuando la sábana de esa capa queda liberada, funciona como una pantalla sobre la que se imprimirá lo que se me aparezca ante mis ojos.
Conseguir la separación de los múltiples estratos de forma exitosa permite que ese experto carnicero, pueda conseguir que como ese juez que podría ser un psicópata o un sicario, si nos diéramos cuenta de su maldad pagada, pueda imprimir múltiples imágenes para ser exhibidas ante la sociedad.
Yo, adormecido, siempre he quitado importancia al poder de esos velos que han sido desconectados. Mezclo sangre que sigue irrigando el blanco de de las terminaciones nerviosas con la transparencia pura de los hojas que van a ser estampados.
Cuando noto que me voy despertando. Apenas consciente, con los ojos inyectados en un odio por haber sido invadido. Siento que aquellos loros, como periodistas desvergonzados y mercenarios no paran de hablar de las excelencias realizadas por ese cirujano, juez que han dado las excusas para sus locas peroratas.
Desde los árboles, desde las terrazas, cual púlpitos, los loros disimulan poder hablar y lanzar exclusivas palabras que dan un hilo que empiezo a comprender.
Entonces, como en un milagro, todo lo dicho cae como cagarrutas sobre las bocas de aquella piara que intuí ya en mi última mirada.
Nadie podría esperar que no fuera alimento para esos cerdos pero, a la vez que para deglutir, les sirve también para expulsarlas como un plaga.
En ese momento, noto que toda esta invasión en lo más profundo de mis capas ha hecho efecto.
Repito lo que el bisturí de ese juez-cirujano Dejo abierto para que se quedará impreso en mi consciencia tomada