Una casa a lo lejos, el viento ha debido darse la vuelta. Los árboles se alzaron por hacer cosquillas a alguna nube despistada. Desde un banco se observa todo e incluso un osado murmullo parece haber topado con una pared impenetrable
Nadie parece percibir que entro en movimiento; tenso un hilo para controlarme y una caricia quiere, aún, seguir nuestro viaje a sueño, que se nacieron con los primeros besos. Voy aprendiendo del valor irrecuperable de esa inmensidad que ya está huyendo. Me aferro a la púa de mis palabras por si encontrará una tela de araña que nos alargara un instante que ya nos parece lo que nos pasó raudo.
Ella salva mis yemas, que no le cuenta los mapas que inventaron en mi amada. Poderosa, la púa, llora la imposibilidad de palpitar los corazones con lengua que asistieron a un interestelar en el que nos saltar de la nave es la opción de no ser contado.
Envío una carroza por un empedrado, un dron por una manantial de lava y quizás, por allí, con los chicos de la banda de la calle, este descubriendo que "you never can tell" es el viaje a los descubrimientos de nuestras habilidades desprendidas de los miedos a los fracasos. Y, allí, insultando al ruido, que se marchó airado para asentarnos en la primera imagen, amo la trompeta de la farándula, el saxo de Big, el clarinete de una petaca, el maestro de ceremonias, Bruce nos indica primero a la locomotora en el piano y vuelas, fuera de raíles, hasta tu propio Leizpig para entiendas que existen cruces de caminos en los que quedamos suspendidos en nuestros sudores.
La púa, descubres, te retiene, incluso un día, más o menos lejano, en el que hará el sortilegio de un forever young. En una sonrisa sin un posible traductor
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