Al presentarme en la oficina he oído que me gritaban al unísono: "a la una", me ha hecho gracia y he añadido a las dos y a las tres y me he puesto a cantar la última canción que he aprendido de Robert Plank. En plena algarabía la que fue mi amante, ahora secretaria personal de quien cobra los impuestos, y no se le pasa ni una, me ha dicho: eh triquiñuelas, también me lo decía en los momentos más álgidos, pasa a ver al jefe, creo que te manda a la Luna.
Aunque en estos tiempos, "the future", ese disco parece una subida a un tono que no tengo, sabía que andaban buscando la ocasión para probar ese cobertizo. No debía haber insistido tanto en conseguir uno que fuera a prueba de batatas, una variante de unas papas arrugadas que siempre había obtenido por las turras de música que pongo en el huerto, cuando es bien sabido que sus sonidos preferidos son graznidos, las berreas extemporáneas y los choc-chocs de las imperiosas necesidades.
Tres meses me ha dado para irme preparando. Me ha dicho que debo renunciar a tanta promiscuidad porque allí nos van a enviar a una tenor, dos gallinas, con su correspondiente gallo y a cabras montesas para que exploren la cara oculta, por si hubiera promontorio de exacerbadas turgencias, su territorio electrónico, para el Primavera Sound.
A la salida, ella me estaba mirando. No he sido de eludir impuestos, por eso sabe que no me voy a aquel lugar como el que se va a un Abu cualquiera. Siempre he dudado si no será "Avi" porque estos, entre mirar obras y obleas, siempre han dado la mano a sus nietos.
Los demás seguían con el jolgorio; la perspectiva de perderme de vista para siempre les era de una erótica del poder parecida a mostrar las pezuñas sobre un tablero, que encima se le ha robado en oro y platano, ya maduro, para imprimir un amarillo más intenso. Tanto agravio al arte creo les pasará factura, aunque sea para magnificar una cara musculada por sus abdominales sin pelos que los haga brillantina.
En la calle, he sentido el vértigo de un tráfico al que ya no quería ni oír, buen comienzo, me he dicho, entre la voz de María José Llergo y el hip hop aflamencado de Califato 3/4. Al frente, una estúpida ilusión de una Macarena a la que cambie por un curso del que no me necesitaban. Llamaré, por si acaso, por si consiguiera un trato, y de aquello mío, lo pudiera llevar a mi saco.
Iba a ir por mi ruta diaria, como un burro a su pradera, pero me ha venido a la cabeza romper las repeticiones para que sin su carcasa, pudiera extraer el jugo de las esencias que me diera una voz para cantar desde los susurros de Cohen, con una Marianne pintadas eternas en la cuevas de paredes con techos de estrellas, a mi "wishlist" trotona por las tonalidades que salten las barreras de las normas.
He dado un giro, para fotografiar los hechos y sus hacedores. Como prescindir de quienes ejecutan los sucesos para visualizar que lo cotidiano en cadenas, tiene quienes cierran los candados.
La mañana daba luz a una pequeña inmensidad de materias que ayer salían entre brumas para desafiar en belleza a las noches luceras. Parecen preguntarte sobre que cama te acostarás; no saben lo dado que está uno a las diferentes viscoelásticas, sin renunciar a trazar surcos con sudores de besos sobre las pieles "boys, don't cry", si ya la tuviste durante aquella eterna noche de sabores que se escapaban a la memoria.
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