viernes, diciembre 24, 2021

En la terraza de un tiempo

Con el tío Yeroshka me siento para contemplar las corrientes del Henares. Él le llama Terek. 

  Será porque es muy cosaco; a mí, que soy de vestir de “guatame”, me mira muy sobrado. Yo, a cambio nunca le dije que había estado en el cuarto anillo de Saturno. Allí estaba, el último apeadero antes de saltar a Saturna que es de Saturno lo que la tierra es a nuestra Tierra, por si se lían. 

   Le podría sentar mal, esa especie de superioridad universal que, a veces, me pierde en mis relaciones. Me ha traído hasta él, lo que a Lúkashka, la sabiduría que le ha ido dando su múltiples experiencias para cazar, para tratar con las otras tribus, e incluso su conocimiento de las reacciones femeninas. 

   Lo último me venía "que ni al pelo", porque en la tienda, hoy, me he sentido como si me hubiera cruzado con Marianka. No, por supuesto, ya no estamos en tiempo de pedir a nuestros progenitores que medien. Bueno, siempre estamos a tiempo de revivir la única sesión, hace, sin exagerar un millón años, de espiritismo de la que saque la conclusión que ella, aquella chica de Villanueva, se quedaba con él, pero nada espíritus; se quedaba la sensualidad echa persona, como yo echo polvo en la ultima mirada que fue una despedida

  Nada que no hubiera narrado Lev, hace más de 100 años. Sucedía entre los juncos que aposentaban aquella cierva que siempre era esquiva a mis requerimientos de lucirme en una lid que no había practicado nunca.

  Me habla, el abuelo, de la invitación para acudir a la fiesta de las cosacas; yo, la mía, la tenía al lado, Klandestinos estaban a las vistas como las guerreras que se contonean, después de haber libado, eso si rebajado para la gran subida, el líquido con nuestro elixir, si no amatorio, al menos de encuentros llenos de besos, introductorios o no.

   Meursault, anda por una playa, acudiendo para el entierro de la madre. Ahora le llaman sistémico al proceso de encuentro del acto producido con todos los elementos que le han ido trazando nudos.               

   Nos descubre Olenin que el cristal que encierra una realidad deseada, puede ser tan líquido como el priániki que se derramó en el patio de los Leones cuando la luna llena sintió que su belleza era atrapada en el agua y que su ingesta mostró a quien se había sometido, una Macarena que era Sol. 

  Le hubiera quitado las cuatro ruedas al Escort, que luego fue intrépido, intrigante, bullanguero, aventurero, viajero a nacimientos de ríos pirenaicos, curioso visor atrapado en las arenas de una playa; sin ellas, hubiera partido, remando para llevarla a nuestra isla, siendo envidiada por la de la Cartuja, a la que yo le había quitado su diosa.  Si hubiera  tenido que llorar la partida de Granada; a cambio, sabiendo que nuestra ciudad invisible la habitaríamos, aunque fuera anudados al circunstancial tiempo en el que nuestras malditas obligaciones, ahora ya insustanciales, tardaran en encontrar las manecillas, que nosotros concupiscentes perdidos, habríamos escondido entre los muelles que nos acogieran cuando el amanecer quisiera enfriar, envidioso, dos naves desventadas en sudor, que sabían que los vientos las volverían a separar.

   El tío Yeroshka, me pasa el tabaco, por entre sus anillos, me desaparece el tiempo

 



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