domingo, diciembre 27, 2020

Una gota en nervios

 

 Me cuesta reconocerlo, pero vuelvo a estar nerviosa. Para nada es una pose. La última vez terminé en una situación nada agradable. Fui parte de un tsunami

Este hecho,  podría haber sido un momento de gloria, iba montada en la ola, era la gota de arriba del todo, poderosa, salada como yo sola, con una visión cenital, de diosa: de la playa a la que llegaría como un elefante en una cacharrería y si, también consciente, de lo que ya habíamos arrasado en pleno océano, alguna pequeña isla, sin apenas altura donde algún soberbio había construido una mansión paradisiaca, presumía él, millonario como gotas en el mar, había llegado a presumir; ahora su villorrio cumplía con la otra parte de la acepción, para un creyente en algo. No había quedado nada, su riqueza había pasado a otra dimensión.

¿Qué sentí cuando en la playa, me llevé chiringuitos, palmeras milenarias, coches 4 x 4 o por más?

Déjalo, a nosotras, gotas, nos han concedido el eterno retorno y ahora, ahora; espera que te diga. Vaya, en un río de alta montaña. Tan alta, tan alta que tengo que coger el “parca” que para mí, es la nieve.

-¡Uff! Que agustito, ya estuve aquí otra vez, pero entonces, me quedé años y años, como adormecida, helada, comunicándonos nuestras historias en un contacto muy estrecho; ahora, fíjate tu, no me ha dado tiempo a helarme, con la nieve he empezado a descender, descender, caer, como si no hubiera un mañana.

No, me han dado nombre aún, pero caigo veloz. Salto de 2 metros, de 7, golpeo una piedra; a otra, la acaricio para saltarla y me elevo, floto ¿llegaré a esa nube baja?, nada caigo y ……., ……..

perdonen que no les haya hablado durante un rato. Aún estoy mareadísima; ¡uy!, menos mal; ¡epa! he podido meterme durante un rato en una contra; aquí, me dedicaré a humedecer la hoja en la que me he posado que siempre agradece nuestras caricias.

Les decía que al caer, me vi atrapada en un rebufo, debo decir que por momentos son desagradables. Todo lleno de burbujas, como si te quisieran extraer tus esencias mismas: el oxígeno. 

Hay momentos, que no sabes dónde estás, que si arriba, pero abres los ojos y no ves la luz, porque no sabes, si aún estando ahí, en la cima, sin embargo con la mirada buscas el cielo en las entrañas. O si cuando abajo, miras donde crees abajo, sin embargo, un pequeño rayo de luz, te atraviesa como para hacerte fecundar otra gota.

¿Cuánto tiempo he estado en este rebufo?

Perdona si soy brusco, humano, pero nuestras medidas de tiempo no tienen nada que ver con vuestras limitadas perspectivas.

Al final, como con el tsunami, siempre encuentro placer en los diferentes estadios a los que llego. Si, cuando en un glaciar, el gusto era por estar siempre con las mismas gotas, saliendo de fiesta, riéndonos de los endebles rayos de sol que, en aquellos momentos, no eran capaces de poder con nosotras, una especie de: “las gotas unidas, jamás serán vencidas”, nos guiaba.

No me midas con tus parámetros; pero si, aún, casi, rodeada del blanco que nos confiere el frío, encuentro durante poco de vuestro tiempo, un espacio plano, ¡queeeee placerrrrr!, llegan humanos; en general, mal rollo, en estos sitios, siempre acelerados

¡Vaya! No tienen mucha prisa, se casi desnudan y se bañan. ¡valientes!, otros, incluso más abajo, se meten tapiados en ropas.

Ayayay, que me he quedado atrapada en los calzones de uno de ellos. Ya decía yo, en estos sitios, estos chicos-as siempre van acelerados.

Vaya pertrechos se ponen: camisetas térmicas, escarpines, chubasqueros, cascos ¿para qué querrán estos si yo, cuando golpeo la roca me desparramo y me extiendo hasta el infinito?

Se sientan en…., uno le dice al otro mira mi kayak, el último modelo que ha traído Urkan Kayak, si la emprsa de nuestro querido Antxon Arza.

El otro, flipado, observa, acerca su respiración a mí, y dice ¡vaya pepino!, ¡qué formas!

Silencio, siento las palpitaciones del cuerpo en el que estoy atrapada, empiezan a hacerse mucho más frecuentes.

¡Caspitas! La aceleración supera a mi caída de una cascada de 7 metros, en fin, tan poca cosa, estos humanos y tan sorprendentes en sus reacciones.

Ay, ay, ay, caigo, caigo, caigo hasta un escarpín, por cierto, los podría lavar de vez en cuando. Una cosa es que nosotras limpiemos y otra es que sus sudores y algunas de nuestras aguas estancadas puedan dejar de poso entre su material.

¿Qué habrá hecho este elemento para que ahora este en su pelo, corto, casi extinto?

 Me agarro a esto, de todas maneras, ahora está de pie, en una piedra, con una cuerda. Está a punto de arrojarme fuera de su cuerpo, cuando con un brazo, se seca un poco la cara.

No me ha tocado a mí, y le puedo ver en la plenitud de sus fuerzas, lanzando la cuerda por delante de otro de los piragüistas que se había caído en uno de los rebufos que os contaba que tanto me divierten.  Parece ser que ellos no aguantan tanto como yo, jugando a estar, ahora arriba, ahora abajo.  El piragüista caído, por fin, atrapa la cuerda. Mi partner y otra compañera tiran con fuerza de la cuerda, le sacan de, debo reconocer, un tsunami rebufo que agarra como ahora, una vez el piragüista a salvo; la piragüista le vuelvo la cara a su compañero, le agita, es el momento que mientras caigo, puedo ver un beso apasionado entre los dos intrépidos kayakistas.

Creo que he caído en una gran contra, me parece que hasta que no venga la temporada de lluvias, me quedaré por aquí.

Tiempos de emociones para recordar. 

¡Vaya han caído enlazados en la poza dónde creía que todo estaría tranquilo por una época!

-¡Eh vosotros, no es el momento! Nos quedan tres horas de bajada en la mejor de las situaciones y no quiero que la noche nos atrape y nos tengan que volver a sacar en helicóptero

Yo, me había apartado, discreta a una rama en punta. Repito

¡Quiero tranquilidad!

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