Te asomas acelerado, como por un momento, a "la chaqueta metálica"; por puedes seguir profundizando en cada una de las partes que ya has visto varias veces.
Es la parte del soldado Leonard, patoso, le llama el sargento marcial, cumplidor del orden, alabador de un dios, orgulloso incluso de los asesinos que estuvieron bajo su mando.
No sabemos porque se metió ahí nuestro protagonista; hubo una llamada hace años, no nos sobraba dinero, mama había muerto, hacer la mili en la legión era una opción.
No, por favor, no. Claro que se aprende en los extremos. Y en tantos otros sitios, pero eso, no. Pagan más, pero para que tu pagues no sólo con tu cuerpo, también con la mente. No se hizo, me alegro.
Leonard comete errores, tantos hemos cometido Allí el sádico encuentra la exaltación de su desequilibrio, se recrea en sus actos sobre seres humanos. En nuestro soldado entra ese veneno inyectado en forma de desprecio a su forma de ser, a su personalidad completándose.
Se da cuenta, pide ayuda. No es el lugar, el narrador de la historia percibe el abismo, que se ha abierto, y en el que ha empezado a caer su compañero. Le comprende, pero Stanley Kubrick nos sumerge en un frenético desenfreno de marcialidad, perfeccionismo vulgar, órdenes para viajar al vacío en el que no se admiten las diferencias.
Hoy lees la carta de Pablo Romero, les habla a los patosos, a los que identifica como renegados de lo militar para ser mercenarios de líneas comerciales. No cumplieron con su compromiso y ahora se erigen en defensores de una patria, pero de la protectora de sus privilegios, de la de que esos que se llaman exclusivos por decirse hechos asi mismo, son en realidad receptores de bienes, no siempre limpios como nos explica Antonio Maestre en su libro "Franquismo S.A.".
Mandos inconsistentes que se llenan la boca de palabras, como se vacían sus actos de seres humanos a los que respetar y servir. Consumados petrimetres que se erigen en postrados verdugos ante la eternidad en la que reina una divinidad de la que siempre hablan de su bondad y de su comprensión y sin embargo, ellos son sanguinarios en sus entrañas.
Leonard en su pérdida de un equilibrio en su razón, se convierte en lo que le pedían: una máquina de matar.
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