Estalla el frío para golpear con su metralla de viento y norte. Se cubre el cuerpo de la certeza de un sonido, un aullido intenta frenar con su desgarro salido de la garganta, la noche que trata de eternizarse.
Alice's Cream desgrana sonidos, como estos nutren mi mente durante la noche en la que me siento un jinete sideral, desbocado; sin los tendones secos que me atenazan con la luz. Las rocas cinceladas por aguas y hielos ruedan desarraigadas de los garras entumecidas por aguas persistentes.
Sin sentir la almohada, ruedo como esa piedra liberada de miedos de salirse del patrón de otras, o más grandes, o más pequeñas pero con el candado de haberse revestido de malezas que las abrazan para no ser ellas. Volar tras encontrar rampas que me proyecten detrás de muros que antes se pasaban con saltos de león; mecerse sobre tobagones que nos emboca hacía túneles que siempre nos muestran luces, aunque sean lejanas.
Mojarse por el sudor de no parar porque se descubrió que la quietud no querida, ni es productiva, ni te da margen para mostrarla como equilibrio en un sueño de contemplación de lo pasado como antesala de otros descubrimientos para tallarse con los matices que te descubres entre palabras y actos que saldrán ciegos, pero con la savía renovada de exploración en las que ahora te materializas.
Como una piedra, a la que otras hacen trompadas sin elefantas, pero la embarcan en la cuerda sobre la que desliza el sonido celta de "The Pogues, la voz expulsa diversión, creatividad y pasión para que el paso de los tiempos irrefrenables estallen con nacimientos de los que nos creíamos condenados a ser insustanciales por las estériles repeticiones en las que te anclan las tormentas de vida, de horas sucesivas en las que ojos te exploran y, a veces, te aterrorizan; por lo que las Itacas te zozobran por Cíclopes de la única mirada del cumplimiento académico, que nunca se exaltará para decir nerviosa ¡qué guapo!, porque les hayas abierto a su descubrimiento de ser únicos y por hacerse desde el acto
Trasladarse sin red, sólo con el tam tam con el que te frotas, hasta sentir compartir el Sol en tus manos, para alumbrar la percepción del equilibrio del cuerpo en exploración de sus límites en el que antes se creía un océano y sólo eran brisas en charcos en los que se perdían horizontes que eran cadenas o de asfalto o de deficientes socavones.
Hipnóticas danzas para espacios en los que romper sus muros que construyeron los habitantes de cavernas con una único proyectado rayo para una realidad en falla, a caídas sin asideros.
De Sweny sale la agitación, para desenmascarar las falacias exhibidas en gaseosas abiertas de siempre. Aquella casa, era en realidad un patio en el que encontrarse construyéndose para futuros marineros que visitaban a Leopoldo y Molly antes de zarpar a mares tan inmensos como los creados en una mente llena de gotas de estrellas con los que atisbarte en el infinito cuando pierdes pie, en las tierras movedizas de no ser quien te sueñas entre los brumosos espejos cóncavos de los encierros donde tu mismo arrojas las llaves.
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