Del Nogal no conozco nada porque hasta hace seis años nunca le presté atención, ni supe de su existencia. Ni disfruté de él antes, ni más pronto que tarde, podré decir que es mío.
Durante este próximo periodo, sin embargo, me enorgullezco de decir que es lo protegeré, sobretodo porque me lo confirmo mi tío. Lo he cuidado, no todo lo que debiera, lo he visitado y he intentado quitarle algunas de las sombras dadas por chopos que crecen espontáneos, con inmensos brazos que en primavera, cuando la vida les vigoriza, otra vez, con sus hojas infinitas le quitan rayos necesarios que ayudarán producir más savía en el árbol, y a secar antes el producto. También busqué disminuir la maleza que buscaba trepar por su tronco, casi siempre aguado por estar casi dentro del canal de salida del agua de un molino con el que se producía electricidad a los pueblos de Huetos y Sotoca, que es en el termino donde se halla.
Mi nogal, no fue encerrado, como ninguno en esta población, con cercas de alambre y espino para guardar su fruto para propietarios medrosos. Fue el respeto y el conocimiento de las propiedades el que distribuyó esos árboles nacidos después de la guerra. El topógrafo Luis Antonio me demostró como quedó de arrasado, el pueblo, pero sobre todo los alrededores, donde no se ve ninguna arboleda, en muchos metros a la redonda.
Se plantaron nogales, para apoyar la precaria subsistencia que tenía que ser repartida entre los muchos bebés que empezaron a nacer después de aquella gran masacre. El dominio del salvajismo y el amedrantamiento siguió, organizado, como leí hace poco y me recordaron en el pueblo, por parte de vencedores que instauraron el terror, por su miedo a ser atacados por los desválidos desposeidos. Nueces, tantas veces esquivas, pocas nacientes que en este clima de mañanas heladoras, ya en septiembre, ya, incluso, en mayo, daban unas calorías extras a personas que abandonaban las camas para desparramarse por los mantos blancos que había que preparar para las primaveras que se exhibían duras pero soberbias en belleza.
Nueces que ahora, aún con ese exceso de calorias, nos llena la boca de placer de un fruto seco sano y con la forma del corazón que nos fortalece. A veces, mezclada con la miel propia, porque fueron un pueblo de meleros e incluso la propia familia de exhaustivos en el respeto y en el trabajo que dió para sacar adelante a los suyos, aparece el "alaju", potente alimento, turrón de la tierra.
A la noguera este pasado otoño, le seccioné la rama más maravillosa que he visto, quería acariciar a un ser humano, parecía como que le quisiera envolver para ser soñada eterna. Me volví loco, `pensé que un tractor entraría en la huerta en la que se haya enclavada, para darla una nueva vida. Luego el conductor más consciente de las limitaciones de ese espacio, no llegó hasta donde caía aquella enorme madre de otros brazos, igual de fructíferos, igual de humanos por su querencia a ser acariciados para donarnos el fruto de cada año.
Este verano la he echado de menos; no ha sido fácil ir, pero cuando he visto ese espacio vacío, lo que antes era una haima, casi parecida a la que usa el pueblo saharui, para protegerse del Sol, para esperar que sea respetado su derecho a decidir, reconocido por la ONU, sobre su propio futuro, me ha dado mucha pena, no tener que buscar el paso de entrada a su sombra que te suelta de los garras crueles del calor veraniego.
Vuelve a crecer por el lugar atacado, nuevas ramas. Cuando vagué años y años, con los Rodrigos, Bernardos, Marios, Balbinos y tantos otros, por los ríos, no era consciente de mi amor por la naturaleza, de mi necesidad de ella. No concretaba cada uno de sus pulsos, de sus transfusiones de sangre a mi corazón hechizado por ella, cuando corría, tantos y tantos kilómetros, en treinta años de apenas descanso.
Hoy, le pongo nombre a aquel arrullo de paz que no sabía expresar: es el nogal que durante un período determinado de tiempo me ha sido dado para cuidar. Él permanecerá, a veces, cargado de fruto, otras, sólo de hojas y ramas nuevas, pero siempre, espero, será frondoso, siempre exuberante, un canto a la vida.
Como él, he conocido otros, pero cuando me acerco, me viene el recuerdo de Ambrosio y su aviso "te vas a cebar con las nueces" y el caf, lleno de agua, te va a dar un susto", casí siempre he sido prudente, con su recuerdo en forma de corazón.
Lástima que al llegar tan tarde a este espacio, me hiciera perder el contacto con el primo Mariano, sus tierras de alrededor, seguro, que las hubieramos cuidado para despejar las malezas del tiempo, que nos fueron impidiendo paseos, para conocer por donde Juana y su hermana, quizás pusieron la nuez que ahora nos la recuerda en esa noguera, llena de vida, fructificados en lo que somos, tan diversos, tan humanos a ser respetados, incluso por quienes se encerraron en castillos con almenas desde donde exterminar a sus diferentes, aunque son ellos, los encadenados a imágenes que no son lo que es un pueblo real, en mi caso, abrazado a este nogal.
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