Hoy sale al balcón donde se sentó durante el encierro. Se asoma pero no ve lo habitual, ve una historia, no sabe si todo lo que observa en esa ensoñación le perteneció
Para entrar en una isla, entras el istmo a la península que amenaza con separarse de la realidad.
Narra David Uclés la historia de una familia en el universo de 1936. Ir a enterrar al neonato Ricardo, costaba un día y medio de caminata para arrojarlo en una veta de una montaña
En un balcón, lejano por entonces, casi infinito, las reuniones con los vecinos, en días de duelo eran semejantes a las que describe en el libro. Amigos y enemigos se reunían para darse otro pésame por un homónimo.
Desde el balcón, ella, podría contemplar las labores de las que venian, mayores deslomadas y niñas tirando de mulas, cargando con el fruto labrado, sembrado, recolectado entre las oscuridades que alojan la luz de un dia. En ese lugar común, se destilan miradas, que serán tamizados, futiles por furtivos e inmediatos, desde esa balconada los destilan y habrá iguales cruces de pasiones. La lumbre hablará de unas y escondera alguna propia para intentar que desaparezca entre el crepitar de la madera y los farolillos que se elevan por la gran chimenea.
Nada parece diferir a cuatrocientos kilómetros de distancia que entonces, recorrerlos era cortar los lazos con las raíces en las que se mamó las esencias que, ya será un refugio en el que añorar las viejas miserias.
La península del balcón tiene el cordón umbilical de ser un mirador a vidas con actos comunes, se alimentan por los actos compartidos entre los sudores por la supervivencia, dentro de una tierra que no puede dar tanto, ahora que a la muerte, a pesar de nuestro primer protagonista, se la lucha con más éxito.
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