Existen tantas cosas, tantas preocupaciones en la vida que te encierran y hace que no escuches lo que sucede a tu alrededor.
Como instrumentista es lo mismo. El dominio de las teclas, con su más que regular velocidad de dedos, la lectura de las notas de las partituras, dentro de estas las armaduras y vaya si algo va ir crescendo, o te tienes que volver para atrás, o ¡uufff! un mundo.
El caso es que empiezas a ir con otras personas que tocan otros instrumentos y alguien te dice tienes que escucharles o al de la tuba que te marca los tiempos, o al bajo, o quien golpea alguna superficie.
No, no lo escuchas en los primeros tiempos, oyes o sientes tus temores, tus sudores, tus errores y por ahí, al lado hay alguien.
Te propones empezar a sentir a los demás; lo primero es dominar mejor lo que tu estás haciendo más trabajo; ¿te merece la pena? Claro
Y un lunes en un 4/4 escuchas los cuatro tiempo del bajo. Y te retan a que improvises con un acorde y ahí, ya motivado perdido, cumples con los acordes, pero ni escuchas bajo, ni te bajas de tu flipada.
Cuando Felicidad intenta sobrevivir con un trabajo precario que sirve para aportar un poquito para lo que necesitan en casa. Va de aquí para allá. En su camino coincide con un canalla que tiene que contratarla porque le han dado a él un servicio donde trabaja nuestra Feli, pero quien es un malnacido, lo es a tiempo completo. De casta le viene al galgo.
Así que ella, cuando deja a los niños, no tiene tiempo de hablar con las demás madres y padres ni tampoco de comentarles a que se puede deber ese bulto que le ha salido en el pecho. Se pegó un golpe con un armario y seguro que va por ahí.
No tiene tiempo de escuchar, sólo ve de pasada y escucha titulares, "vaya piensa para si misma", ¡qué faltones con el del otro partido!
"de los mismos, en sus carteles, españoles, cuidado con los de fuera"; si, menos mal que está Loida, si no no podrían la tarea adelante. ¿Qué suena?
En la casa de al lado, nuestro instrumentista ha cogido uno de los programas que existen hoy en día y se pone a improvisar escuchándole, a la vez, bajo unas mezclas de guitarras y baterías.
Flipa, escucha la entrada, pero no siempre, el abismo no se tapa con una liana que te hace pasar al otro lado, si no llegas, vuelves a caer. Mejor crear puentes.
Felicidad, tras pensar en ese aviso sobre Loida, decide escuchar y observar lo que existe a su alrededor.
Ve a un ser que siempre va rodeado de guardaespaldas pero de sus palabras no obtiene más que palabras que ya están en sus carteles. No hay desarrollo; unos datos que lanza como quien suelta un escupitajo. Lleva días y no acude a sitios donde tenga que debatir sólo salir en olor de un grupo de abducidos que no parecen ver a la guardia pretoriana, ni saber si es verdad que los títulos universitarios se obtendrán como unos churros, porque esas universidades no cumplan más que la tarea de expedir titulaciones como una academia cualquiera. Sin los otros retos que tiene la verdadera Universidad.
Llama al cristal de la ventana de la habitación donde está Bauls, se han saludado en los últimos tiempos, y le dice que ahora si parecen coincidir timbales con su instrumento.
El inconsciente interprete le señala a aquel vendido que va de un lado para otro, con el dinero que recibe de determinadas empresas. Le pregunta: ¿le has escuchado alguna vez?; es un provocador, sólo señala a los que denuncian a su pagador.
¿La empresa que te ha mandado fuera, esa es una de sus financiadoras? crees que el patriotismo del que habla te engloba a tí. Feli, iba a mover la cabeza pero suelta la voz, y habla con un ritmo, pero si es verdad estás cantando
aparco mi cuerpo, por instantes
mi mente lanzo, cuezo guisantes
Pepe llegaré tarde, mezo el viento
elijo sus silbidos, importa si miento
la violencia de amamantar violencia
no la alimento; amigas en resiliencia
Conmovido, Bauls, se da la vuelta, deja la ventana abierta. Vuelve en unos segundos y los dos improvisan. Ahora con la voz, ahora con el instrumento.
Poco a poco, se escuchan, miden textos y sonidos y crean una complicidad
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