Existen mundos que algunos los interpretan desde su propio lenguaje, creyéndose expertos en este, en aquel, o incluso en acullá, el cual tiene pinta de estar al otro lado de un océano en el que avistamos la tierra prometida; en esa otra orilla mitificada; resulta ser un pedrusco que, por lo que sea, nos invita a pensar, antes de saber la realidad, que sí, que eso ya lo veíamos nosotros, con una torpe certeza de soberbia.
Vienen luego días, en el que estás un poco más atento de lo normal a lo que te sucede alrededor y surgen respuestas a aquella primera seguridad: anda mira, si eres un poco pedante con aquella definición que creías definitiva para interpretar el mundo; o, con años por un tubo, se te revela que no tenías ni puñetera idea de, por ejemplo, alguna de las informaciones con datos que te da Nieves Concostrina. También sucede que, al despertar, en este mundo tan raro para alguien que hace treinta años creía estúpido ir hablando, ¡¡¡sólo!!!, por la calle, aunque fuera con un "ladrillo" de por medio; decíamos que al abrirse los ojos se activa La Base América latina y te sale Inna, desde México aportándote conocimientos de aquel lugar y sus contornos, que antes tenías conocidos por las maquinarias informativas que siempre pertenecen a los poderosos.
Ante todos estos datos, puedes pensar: "y que puedo aportar a quienes compartieron un espacio conmigo durante años, unas veces para disputas, otras para fallos, otras para pérdida de nervios y ahora, lejos de ellas-os para sentirme abrazado por haber sido humano y haber querido lo mejor para que se enfrenten a los mundos que les espera.
La respuesta puede ser la misma pregunta, saber que somos limitados que no podemos soportar todos esos instantes, que muchas veces son muros, otras abismos pero ante quienes, siempre, seremos marineros, capitanas de nuestros propios barcos.
Nos vendrá las tentaciones de mirar y, porque no, envidiar, a los de al lado que cabalgan las olas como con briosos córceles; otros seres cercanos parece que las sobrevuelan, ingrávidas y etéreas. Alguna vez, por contra, te sobresaltas cuando observas otros que apenas alcanzan a sacar el cuello para tratar de aspirar bocanadas de aire, antes de volverse a sumergir entre estertores. Incluso, por momentos, pensamos que podemos ser esos mismos.
Si nos hemos encerrado en nuestro propio Océano, como para no molestar, o porque nos encontramos raros, o porque el horizonte se mueve una y otra vez, a un lado o a otro sin que parezca respetarnos. Si lo hicimos así, el momento se puede transformar en agobiante o incluso, como cuando salimos a superficie, un segundo para volver a sumergirnos por lo que nos parecen, definitivas eternidades.
Si por el contrario, has compartido esas marejadas con gente queridas, puede que se hayan convertido en unos oportunos masajes o hayas apreciado esas manos con palabras que te acariciaban y te pedían que respirarás, como te dice el fisio y entonces esa tensión en la que estabas encerrado se haya escapado a través de una cañería que resulta, estaba a tu lado en unos dedos de corazón.
También, de ese encuentro con alguien, que no es un dios, sólo un ser humano con sus limitaciones, oirás, es que tienes colocada mal la tabla, o te estás apoyando en el labio inferior o no introduces lo suficiente la boquilla del saxofón. En esos instantes, en los que la ayuda te está llegando, te enervas, parece que caes por un acantilado sin remisión.
Las palabras de ese compañero circunstancial, son de ayuda y sin embargo, son una invitación al mayor de los desánimos porque en tu interior te preguntas: cuantas veces he oído esa recomendación, cuántas sesiones me las tendrán que repetir.
Te sigue hablando y explotas y le dices si eso ya no tendría que aplicar desde el principio que me lo fuisteis diciendo.
Te mira y con un contundente cariño te recuerda que ya no estás donde antes, pero existen cosas que tenemos que ir revisando en la vida para no perder de vistas que somos humanos, que, tantas veces, nos vienen océanos que parece tuvieran mil nacimientos y tres mil afluentes, porque nos atosigan pero que no debemos tener prisa, si recordar lo que nos ayuda y quienes viajan con nosotros, como ese profesor que te vuelve a corregir y que la apariencia de tantos y tan variados océanos los tenemos que afrontar a nuestro ritmo, porque ellos se atemperan cuando chocan contra nuestro propio muro de querernos a nosotros mismos y saber que el viaje, no despreciando las ayudas, durará lo necesario, primero arribando a un Itaca; luego saliendo para otro y si no lo conseguimos, nos dice Kavafis, el camino recorrido formará parte de nuestros ser adquirido
Cuando al terminar esa sesión recordatorio, buscas un lugar, un silencio para aplicar las enseñanzas, comprendes que no se izaba un muro inexpugnable sino la necesidad de parar, respirar, quererse y abrazarse a lo que eres, porque quien te quiere no va a renunciar a nada de lo que te hace ser tan especial, tan humana.
No hay comentarios:
Publicar un comentario