Te quedas mirando el cielo esperando lo que está por llegar y mientras, por el lado derecho se pone un oso, sin prisa, a comer la miel que estabas obteniendo como melero aficionado. La aprecia, por lo que parece, porque un mono se ha puesto a realizar gansadas y el plantígrado parece impertérrito.
Sólo le ha ofrecido un dedo pringado de miel. El mono se ha dado la vuelta como con desprecio. Mal hecho, y por maleducado, le ha pringado el ojete con el dedo, sin penetrar con exageración pero si, añadiremos con una cierta dulzura.
No hablaremos de las cartas que se envían desde entonces, donde ahora, se ve un cariño mutuo. Jane ha tenido que poner un cierto orden, pero ya se sabe, cuando la naturaleza aprieta, todo lo demás parece manteca. Y si no que se lo pregunten al boina naranja se encuentra dando un sketch a un público ensimismado, no fiel, no lo vayamos a criminalizar. Tan sólo convertido en un espectador entre abochornado e incrédulo.
Si le pidieran alguna reacción, se iría a vomitar hasta el aperitivo de su primera comunión, a cambio de postra sobre la tele y empieza su exorcización para ser abducido hacia un corral dónde esa especie se le muestre como la degeneración de la raza humana.
Ufano, el ser violento, que genera odio, como un comerciante descrito en el imperio del dolor, como ávido comisionista de éxito, recibe un premio para ser exaltado en ese aprisco, tarareado por necios y tocado por necios buscando su recompensa
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