Existen tardes, después de la tormenta, en las que la naturaleza te viste con un equilibrio que se remata viendo a las esquivas ciervas y su macho. Están lejos, te perciben demasiado pronto, unas se alejan; el macho y la que pensamos su churri del hoy, te dan un mayor tiempo, puede ser por el pitillo de después.
El valle se ha abierto; los montes que le delimitan no son altos, en un lado, si es escarpado con una masa arbórea compacta y de verdes perennes con diferentes matices. El viento se calmó, el otoño dulcificó las nubes y la carrera es, ya siempre, lenta.
Te sigues introduciendo hacia ese espacio, acompañando la muleta que es un océano donde parecen haber arado y sembrado una paz que brota en el interior.
Aquel afamado comentarista taurino podría haber descrito los embistes, derrotes y sacudida final para crear una plasticidad en la mente del más lúgubre de los narradores de entierros, siempre que no sea de nuestro héroe escocés.
Fíjense que no se oyó la intensidad de las voces del ciervo, pero grande tuvo que ser para haber sacado a la hembra de un grupo que andaba a unos cien metros.
Este comité de acompañamiento ante la aparición humana, considero que si no estaba en el tema de los apareamientos, tampoco era cuestión de ponerse en el punto de mirar del hombre, por experiencia saben que no gastan los tiros por gastar.
Así que ante el consiguiente problema de la aparición humana, y dado que no esperan ni las de dioses o vírgenes, llevaron su apareamiento a lugares más recónditos para salvaguardar la intimidad.
Otra cosa es el tema de los corzos que siempre andan más visibles, y que igual te miran como esperando unas palabras, como que botan, por votar que es lo que hacen algunos desinformados.
Ya escondidos, o descubiertos por su frenesí alimenticio, lanzan unos ladridos que parecen han comprobado que a algunos seres humanos les desequilibra.
Así que hoy, con una hora de regalo, como cuando acudías al puesto de ferias a tirar con la escopeta con mirilla que no cumplía la función de su nombre. En este momento te ves asaltado por un cierto griterío pero en ladridos de corzo para despistarte si es que tuvieras alguna maléfica intención cazadora.
No es el tema, siempre estaría uno más por montar que por eliminar. Comprendes su miedo, porque suelen ser los más cazados.
Sus alaridos, ladridos, o una mezcla de ambos, buscan similar función a la de las muletas, que ponen los gobiernos que tienen que tapar sus errores y corrupciones, en sus televisiones tomadas.
Miles de personas salen a las calles a pedir explicaciones a esos gobiernos autonómicos, sea el andaluz con su escándalo por el trato que ha dado a las mujeres que se hicieron mamografías, o sería el valenciano que en un año, su presidente ha sido capaz de cambiar el relato, sin ninguna empatía por 229 muertes que se produjeron por su falta de aviso, ante todos los datos que tenía a su disposición.
Ver muletas que engañan a toros, con un cierto arte, diría Vidal, es la metáfora más definitoria de lo que ha sucedido, despistar con el fin de terminar en el matadero
No hay comentarios:
Publicar un comentario