El día después siempre será de Michael Robinson, aparece su memoria desde la tumba que le guardas en el fondo del corazón del cerebro como decía Paul Auster.
Una mañana después, no cualquiera, esta, se te vuelve a aparecer el imaginario de las prevalencias que se montó ayer.
Algunos discuten que somos una sociedad aconfesional, que un obispo no tiene la capacidad de organizar una misa de Estado. Se discute dentro de sus marcos.
Un rey que viene de la corrupción y de la imposición; políticos mentirosos y proactivos para dar los servicios esenciales a quienes luego, les van a mantener y una iglesia anclada en la tierra, con intereses económicos que destruye esa puerta abierta un cielo deifico que no existe, desde las afirmaciones de sus propios actos.
Cuenta Nieves Congostrina que en la novela de sus referencias, se podrían leer cosas muy bestias.
No sabemos en qué momento de su vida estaría el escritor. Parece más difícil que fuera un escribiente al dictado de los cielos. Si fue el primero, imaginación tenía el jodío. Desde luego el segundo si hubiera sido guiado por lo que defiende esa doctrina hubiera cogido una fusta y:
- al rey, le hubiera echado del templo por filibustero y figurante.
- A los políticos, les hubiera sacado a fustazos por mercaderes corruptos, además de mentirosos y vende humos
- y a quienes les habían permitido entrar en el templo, obispo, le hubiera tachado de nigromante, a la vez que le impelía a salir de allí, avergonzándole de proteger con ficticio imaginario a quienes someten con sus filibusterismo, sus mercaderías, sus corrupciones, las necesidades de una ciudadanía.
Una día después, sabemos que no eran las víctimas. Era dar un manto de protección a esas instituciones ante una sociedad que no se ha quitado ese imaginario que tanto le ha quitado y sometido.
Sería un poco más, ese optimismo cruel que dice Alicia Valdés, que les echa en manos de quienes les reducen sus derechos y su capacidad de razocinio, con martillos como la difamación.
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