Con Cristina Morales te sumerges en una Barcelona de corazón, de miradas, de pasos inseguros, de mentes en búsquedas.
Nada que ver con habitantes de hormigueros que siguen las filas para conseguir sus fotos, sus recuerdos, sus bebidas hasta poder volver a hacer lo mismo dentro de un paisaje diferente.
Transita ella por Moianés para recrear historias con un cuerpo que extraer todo lo que se acumula en su cabeza y ponerlo a disposición de un relato corporal.
En aquel bar, ahora universal, restaurante donde comía el hermano de ella, Esperanza, ahora se sienta alguien, con otro tipo de libro; este contiene un mundo sonoro con sus propios signos y símbolos y con las carreteras paralela que crean ritmos en los que desde hace tiempo Simplicius trata de no salirse a la cuneta, para ello imprime velocidades que no son las apropiadas para esos símbolos, pero al menos le permite intuir el camino a esa Itaca que mañana aparecerá torpe y exploradora y al día siguiente, encontrará un muro al que ha empezado a atravesar con una complicidad de comprensión.
El protagonista ha llegado con una vespa por la que se mueve por esta Barcelona, construida en cuadrícula y buscando hacerse humana para sus habitantes a pesar de que haya fuerza que crean cimientos para que sea un parque temático.
En Els Pinets ha comido muchas veces; a veces ve pasar a la protagonista de Lectura Fácil, va a ensayar.
Él repasa, una vez más esos pentagramas. Ha oído "orgullo santiaguista" tocado por alguna banda municipal. Trata de descifrar el sonido característico de cada uno de los instrumentos. El conjunto le resulta agradable; mañana, a cambio, estará el sólo ante el peligro.
Antes de salir hacía el lugar de ensayo, espera que pase su partenaire en esta historia; cuando la ve andado, ella con su bicicleta, por ir en dirección prohibida; sabe que en 15 minutos podrá acudir allí con su saxofón. Este es baratillo como diría aquel, sin las alhajaras de las comisiones.
Cree que ya ha visto bastante la partitura pero a cambio la ve inmaculada de anotaciones. Algo no le cuadra, el fin de semana pasado, un experto hacía, una tras otra, anotaciones; su razonamiento es si el que sabe lo hace, como no lo va a hacer él.
La soberbia, cuando estas delante de símbolos que palpitan, es la peor de las opciones; puede pasar que cuando llegues a la siguiente esquina, aquel barrio por el que has pasado cientos veces, te ofrezca enfrentarte a los ojos marrones esa chica morena, cruzas la mirada, una décima de segundo más, que es un paso más a la exploración del deseo. Si, en ese momento, no has apuntado ese sostenido que parece un fantasma que sale y entra, pensaras que la coges de la mano y vuelas hasta sentirte suyo porque es su deseo. Por ello, el ancla que acabas de marcar, te permite verla alejarse perfecta, mientras hilvanas los siguientes sonidos.
Existe uno de los pentagramas donde se dibuja unos de los párrafos, desde fuera, más caóticos de la historia que nos narra esta canción. Has pasado de largo innumerables veces, otras escuchabas alguna otra música, sonido encima de la música que descifras, mala opción. Hoy, apagaste todo, y miras todo, duración, lugar, compañía, repetición y ¡ohhh!, si existen estructuras que vuelven, eso te ayudará; ella, ya no volverá.
Lo sabes, el tiempo partió aquel encuentro; sentir su mano subir por las dunas, tirar de tí para que las semicorcheas te tatuarán un beso indeleble o bajar por el tobogán de una séptima donde los granos de arena se rebozarán de los sudores de un solo cuerpo ensamblado es el recuerdo que te hace daño, porque no se repetirá pero ya la partitura, en tí, anotando aquella fecha, aquella comida, aquel baño de pasión, lo ves impreso en ella y por ello, porque no quieres perder nada de lo que te hizo feliz, lo plasmas en cada compás que es la escritura de cada instante de aquel tiempo, para hacerlo interminable, y no pensar que ya no será
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