Marcelo, que ha llegado de arriba la montaña, encuentra un grupo de personas sentado alrededor de un torero. Él, por supuesto, no tiene idea que es eso, ni tampoco hablar en el lenguaje del grupo que analiza al "hombres con luces".
En Martecota, saben tres o cuatro oraciones, pero nada más; hace años Jimmy y Peter llegaron de Terracota y antes de que se los comieran les dio tiempo a decir ese exiguo número de frases. Lo de la comilona fue un trágico error, podemos aventurarnos a opinar; el traje con el que llegaron era muy parecido "al albal", con el que ellos cocinaban los animales. El hecho de que se movieran les hizo entrar en pánico. Lo demás sería muy crudo de relatar.
Al llegar al corro, nuestro protagonista seguía las explicaciones con mucha atención;de hecho se sentó en una posición que le trajeron problemas posteriores, se le ocurrió decir a modo de saludo, eso sí, la primera de las frases que había quedado en el imaginario de aquellos marcianos: ¡muera la Navidad!. La reacción, al unísono, fue volverse hacía él y todos con gesto agrio espetarle: "gilipollas"; para el lector, aclarar que andaba por allí Christian Álvarez, odiador de quiénes quieren quitar el sentido a la Navidad.
En seguida se volvieron hacía el torero que seguía con sus lecciones que en eso introducía su espada en la tierra levantada. El filósofo explicaba como cuando realizaba esa penetración con su arma sobre el animal, era el sentimiento de pertenencia a la tierra. Era como aquel Olmo de Bertolucci que hacía un agujero en la tierra y allí que se iba para poseerla, como una metáfora de su amor a la tierra. Luego ese personaje, con el que todos nos sentimos unidos, saliéndose a la realidad del actor enriquecido, termino putrefacto por el dinero y las ideas de grandiosidad, como su cuerpo. Igual, como epílogo, no merece la pena profundizar.
Marcelo, pese a aquella comilona en el Marte de sus amores, tenía su sensibilidad. Al soltar "el me cagüen todos los ensalzados" se volvieron todos hacía él, pero allí se asustaron, se había clavado cuatro clavos en la cara y el liquido baboso que salía de allí, les dio un asco enorme. A él, satisfacción.
Se volvieron hacía el Maestro, curioso Nombre, cuando lo escucho, lo proceso y comprendió su significado; habla de naturales. Aquí, cuando explicó esa maniobra de la quintaesencia del torero, se observó dentro del grupo como Christian se escondía un poco; parecía raro compaginar su amor a la Navidad, con la falta de humanidad que mostraba quien quitaba recursos para la vida, por ejemplo, en Bustarviejo, no tenía un puesto entero de médico para unas 3000 personas.
Por lo que fuera, y por pura coincidencia, añadió el torero el número 7291 que era el que vendía para la lotería de Navidad; este segundo protagonista empezó a sudar; al marciano eso le extraño, lanzó la tercera de sus frases: "sois unos criminales"; el apologeta de la Navidad, sudaba sal y agua; del calor la última se evaporaba y la sal, le marcaba regueros blancos. Alguno, en una broma permanente, le soltó vaya rayas te has marcado.
¿Qué pasa? preguntó ahora el torero intrigado y extrañado de haber perdido el protagonismo.
Alguien señaló al ofendidito que sentía tristeza por la perdida del verdadero espíritu de esos días, y que el número que has nombrado son las personas que dejaron de intentar o salvar o de que murieran con dignidad en las residencias. Nuestro Robinson, sin su querido espíritu de la Navidad, descubría la falsedad y contradicción de tener esa la ausencia de humanidad, con la utilización torticera de las palabras, que no tiene a las personas como objetivo a proteger.
Marcelo, lanzaba la ultima frase que se había quedado en el imaginario de aquella ciudad Martecota; las dijo Jimmy antes de fenecer: "me vais a comer las almorranas".
Hostias, dijo Jimmy desprendiéndose de su traje humanidad, contrólate chavalillo, tenemos nuestros tics a respetar, concluyó.
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