El cowboy salió seguro que aquellas inhóspitas tierras le podría tragar en las arenas de su ser movedizo.
Miró al horizonte sabiendo que se le iría alejando pero buscando en cada paso el pedal de freno en el que coger un disfrute. No parecía fácil la tarea, por las dunas con bocas de hambre y por los abrazos de sepultura.
Los fue esquivando, hasta que llegó a un fuego donde el abismo era sentir: " yo ya me estoy llendo aunque siempre estoy contigo", Xoel susurra; allí tomo la decisión de dejarse acompañar para que las vistas no fueran ofuscadas por los cactus que caminan al lado para introducir el dolor de lo imposible.
No pienses que voy a perderme, le dije a la historia, por haber querido tanto la vida, seguía el poeta
El caballo levanta sus crines y decide pacer para que su acompañante le acaricie palabras a las que relinchar; el tiempo solo vuelve como guiándoles con sus sonidos de un playa que aun está lejos.
En el pentagrama surgen las presas a las que sujetar las inseguridades de aquellas tierras. Las cuerdas te dan carriles que evitan grandes caidas.
Y surgen dedos que te dibujan tus propios horizontes, donde se engendran encuentros. Aún lejos, intuyes la dulzura de compartir, para hacer en la exploración la satisfacción de encontrar en ella sus puntos para el éxtasis.
Sales, en la noche, dejando tranquilo a tu compañero de viaje pero, a lo lejos te sigue, quiere ver la felicidad de los besos que estampas sobre el pubis de las notas que se te hacían inalcanzables.
La luna embellece la estampa del magnífico cuerpo del équido, a la vez se retuerce la espalda de la música de Puenteareas.
Son torpes, aún, los dedos, pero son incandescentes en deseo. El caballo vuelve al pequeño oasis, acalorado.
A ellos, los deja enlazados, como trazando unos confines comunes a los que irán dotando de pasión.
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