Un hombre vive en un mundo plácido; va de la mano de su hermano. Son felices y dichosos; no parecen ver a la persona a la que han pisado y que no se atreve a levantar la voz, porque del traje de ellos penden una cabeza reducida, al como llavero.
El más pequeño tiene una mirada lánguida y no se suelta del meñique de quien es su guía para el patio donde amenaza.
Subiendo un pequeño promontorio, al coronarle después de haber dejado un valle, casi desconocido, precioso, puede ver una pocas luces rodeadas de unas montañas que parecen querer protegerla de los vientos del Norte. Es el final del otoño, siempre dicen, que los hielos en esta época son un vestido que termina de apagar los colores.
Camina cansado, la senda casi se perdió cuando muchos salieron de allí hacía la ciudad. Un piara de jabalíes no le ha olido. Caminan indiferentes, saciados por todas las bellotas que les ha proporcionado esta naturaleza silente, contundente.
Él si les ha visto y duda si seguir; sabe que la otra vía le sería dar un largo rodeo. Lleva quince días andando y no tiene la certeza que este abierto el camino. Las ultimas lluvias puede que hayan provocado que el río tenga una crecida que haga peligroso atravesarlo.
Luisa tuvo que salir unos meses antes; Antonio que ha sido olido por la piara, siente temblar el suelo y por la poca luz, en un primer momento piensa que se dirigen hacía él, cuando descubre que pasan a unos metros de él, sabe que ya no está ella.
En la ultima carta, ella describía como buscaba cualquier excusa para que siempre coincidiera que estaba en ese lugar a esta hora, dos pequeños jabatos se han quedado retrasados y de alguna manera han ido a olisquearle, un gruñido, les ha encaminado de nuevo hacía el grupo.
Luisa se había subido a la parte alta de la montaña donde aún permanecían las ovejas que había pasado un largo verano e incluso parte de este Noviembre finiquitado.
Ella se subió a Dylandi y Petrus, buenos compañeros y excelentes perros para dirigir un rebaño que habían permanecido todo el verano a su bola.
Rita, espero toda esta época, callando el lugar exacto del nuevo encuentro que propiciaría entre Luisa y Antonio.
Sergio subió aquella noche y se cobró la víctima de la manera más pueril que mente humana es capaz de imaginar.
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