Mahmud Al-Madhun, Pepe Mujica. Ausencias, robados por el odio ciego y por el frasco de esencias en la humanidad en la que se guardaba un ser para que le celebremos con nuestros actos.
El primero tenía una grandeza. Daba de comer a miles de personas cada día.
Un lunes cualquiera, en una performance orquestada para la admiración, unos súbditos con actos deplorables, acompañan a un rey que tiene un manto que les protege. Acuden a una catedral, donde unas piedras bendicen a ambos. La ciudadanía admira las imágenes, sea en altares o en cuerpos esculpidos.
Él, Mahmud daba los alimentos de la realidad, de la vida, para dar supervivencia de algo que los anteriores llaman sagrada; le asesinaron a él, el símbolo de ejecutar a esas 3.000 personas, cada día.
Habrá niños que se llamarán Mahmud y habrá noches estrelladas en que te lo imaginarás alimentando a las sus compañeras, sean osas, mayores, menores, carros de vida.
De Pepe Mujica, ¡Qué decir!; cómo con la indomable Carmen, son seres para derramar actos; tener la consciencia de lo que abandonamos cuando dejamos que seres fatuos impongan sus relatos.
El cielo al que nos asomamos le han llenado de pizarras donde nos ponen cadenas.
Pepe y nuestro abrazo en Lula, nos bombea tú corazón infinito. De Mahmud el sabor y calor de su cocina inextinguible.
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