La miro, como la bestia mira un móvil.
Su movimiento produce la fascinación de lo desconocido, como el caballo sigue una bicicleta. Esta funciona por la lógica de ruedas, cadena, pedales, piernas, nada que ver con las plasticidad de una yegua con sus clines agitadas por el movimiento de todo el cuerpo. Ahora Pogacar y sus arrancadas provocan una admiración diferente, pero bella, también.
La mano marca el pulso y se guía con un corazón que ama la música. Alguien que la ve en las primeras veces sabe que maneja unos códigos con la complejidad de Enigma; pones tus propios mecanismos para descifrar alguna pequeña clave para tirar de ese hilo.
Se hace largo ese advenimiento a la revelación, lo cual unido a la prematura introducción en este mundo de la farándula, te ofrece la oportunidad de clamar por el clásico momento de sumisión, respeto y abandono.
La mano se deja llevar por la mente, la palabra y el corazón, pone reconocimiento, dulzura y mando y te invita a seguir y porque lo sabe, continuar con el esfuerzo, si puede ser más ordenado
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