Melody entra por la puerta del bar, cantando Worrisome Heart.
Me quedo mirando, fueron pocas veces las que nos cruzamos; ella tiene el bagaje de ser inalcanzable. Creía que el mío lo podría arrojar en cualquier cuneta; no me acordaba que en muchas de ellas permanecen mis compañeros-as. Alguna nueva senda debe estar recóndita y siempre quebradiza, por la imposibilidad de comunicación.
En Caravan, el saxofonista que balancea su cuerpo, produce en ellas chispas para encender un fuego. Es tan tenue, la llama, sin darse cuenta, Melody, que ha sido envuelta por un círculo de sonidos con los que nos enfrenta a un tobogán de abrazos para una danza sobre las arenas de una playa desierta, donde los ruidos adolescentes se ahogan en las prisas.
Irwin Hall mueve los cuerpos de los espectadores, exorcizando las mentes ancladas a las penurias diarias para, romper amarras, levar con su música las penosas repeticiones para salir a alta mar a regocijarse con dragones y sirenas, partiendo sobre una ágil goleta, expuesta a multiples marejadas.
Poseído por dos saxofones, Irwin nos embarca para despegar de las aguas y alcanzar las estrellas; escondida entre las cuales Melody deshace los nudos creados en los trajes diarios de lo inalcanzable, para ser pasajero de los pequeños detalles en los que se asienta las miradas; en las de él, fue la magnitud del océano de su belleza en la que se teme zozobrar ahogado por las aguas que le desnudan de sus apariencias, la que impidió subirla en los actos pequeños de ofrecerla una pasaje en la gondola donde la Gardot, fue alineando las estrellas con la personalidad de su voz. hasta formar un lecho sobre los que encontrar los puntos cardinales en los que recrearse o incluso deshacerlos por el calor de la voz de Tammy Terrell y su I can't believe you love me.
En la noche, de las oportunidades que se escapan, nos arropamos con las Visiones de Johanna, ahí Dylan, nos replica: ey chico, sólo son multitudes lo que se reparte en la pasión de la verdad que destroza el azucarillo de lo imaginado
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