Mi mujer ha visto mi nerviosismo y ha preferido coser ella el botón de mi chaqueta. Esta es maravillosa, lo más bello que me he puesto sobre mi cuerpo, percha atómica dice Elisa cuando nos liamos en cualquier momento, para que negarlo; esas ganas nos siguen guiando.
Ha querido venir a la recepción en el Congreso, venía un sonoro ser. Hemos hablado durante un rato, sé que yo no sería nada sin su soporte. Me explicó y me desarrolla muchas de las cosas que nos pasa alrededor.
La he explicado que ella percibe toda la sangre que puede tener una mano derramándose desde una mente perversa criminal. Ante eso se rebela y puede ponernos en momentos difíciles; al fin y al cabo, nuestro presidente es demasiado melifluo y sabemos de su debilidad, ante lo que decía cuando no tenía poder y como actúa ahora.
Le sabemos consciente de la realidad, pero cobarde ante los poderosos.
Me ha dicho: "Tira para adelante", si al final voy, lo sabrás.
Me ha dejado nadando en una zozobra por un océano de pensamientos.
En el Congreso, iba a venir Nitanbahu, el presidente israelí. Por lo que sea, cuando ha abierto la puerta donde se suponía que estarían todos los congresistas, lo que ha encontrado es la entrada a todo un arsenal para defenderse de una próxima guerra mundial.
Delante de un mortero, había un congresista que había puesto una mesa petitoria. Tras un misil, varios congresistas jugaban a la conga y otro grupo, de origen latino, al bote. Era diferente a "nuestro bote" de las noches de verano, de hace muchos, demasiados años. Aquí cada uno tenía acceso a uno y dentro, había cheques de millones de dólares. Cambian, porque esos millones corruptos tienen propiedades, como las del ser humano, quedar reducido a cenizas y sin embargo, a ese niño recordarle en todas sus sonrisas.
Iba avanzado nuestro egregio visitante y se encontraba con los vendedores del escudo de hierro. Por lo que fuera, quizás porque tenían nuevos productos que vender, esos congresistas, como el muñeco Macario, guiados por las manos de las grandes industrias armamentísticas, se tiraban huevos sobre ellos mismos, era gracioso, con rasgos de patéticos.
Los huevos les caigan a los congresistas, nada les podía parar, pero quedaban impertérritos, como si nada pasara, porque sus amos les decía que tenían que seguir como si la clara y la yema no les fueran marcando los chorretes que buscaban las costuras de sus últimas intervenciones quirúrgicas de cirugía estética.
Debo confesarles que aquello eran un "sindios", lo más patético que he podido entrever en mi dilatada carrera política, después de la ascensión a los cielos del racismos del martirizado Vinicius Sr.
Empezaba a oler a podrido, los congresistas, con dinero entrándoles por los bolsillos, mantenían la compostura. El sátrapa admirado de la calidad de los artilugios; los fondos de inversión, pegando latigazos a los trabajadores que para que produjeran más. En cada una de las correas de la fusta, se había escrito con palabras en púa, "piensa que los socialistas te quitarán tu casa", "la justicia social es para los vagos que no trabajan como tú, libre"; "la sanidad te la pagamos porque te esclavizas por nosotros", aquí en está inscripción, había borrones, como si se hubieran dado cuenta que expresaban una burrada, de tal manera que corregida la inscripción y para disimularlo más en letras de oro ponía, te damos una sanidad exclusiva, grandeza pura, porque eres capaz de hacernos inmenso.
Como con ironía, ponía "apoyo mutuo". Para mi que había un cierto cachondeo.
El caso es que está visita, no era la esperada por mí. Los congresistas me parecían hologramas que machacaban a cabezazos el suelo por donde pasaba Nitanbahu. Era verdad, aunque parezca un sarcasmo, porque como no eran tan bajo, la sangre brotaba de nuestros comisionista, A mi que no voy ya a nadar, de alguna manera me incitaba a meterme, sobre todo por rebajar los calores de estos días.
Como cabía suponer, cuando hemos dado marcha atrás, porque aquella recepción no parecía que era a la que iba a acudir. Han sucedido varios hechos que les van a parecer increíbles según se lo iré relatando.
Primero, como si se hubiera quedado satisfecho de todo lo que había visto y que se le iba a enviar. El juzgado presidente ha desaparecido.
Segundo, mi mujer, como ustedes bien sabían desde los primeros párrafos, ha aparecido, con un vestido de un color rojo intenso. Sus ojos eran intensos y el recuerdo de algún frenesí me ha golpeado por mi cuerpo.
Tercero, los congresistas, con sus cuerpos verdaderos, con sus trajes de honorabilidad, con sus pulcros bolsillos que parecieran no pudieran recibir toda la financiación que acabábamos de ver en nuestro episodio anterior se han puesto de pie ante las siguientes palabras:
"Señoras y señores congresistas, póngase de pie para recibir la palpable muestra de nuestros actos. La presidenta del Congreso ha añadido con voz contundente, un poco impostada para mi gusto: "no duden en dar la mano a quien es fruto de nuestros actos"
A continuación se ha oído un golpe sordo, profundo, como venido de ultratumba sobre nuestra magnífica puerta, tallada por Aven To le tum, insigne familia que emigró del Toledo español, español, yo soy español, para establecerse en Arkansas para el tallado de la madera. Arte transmitido a través de los siglos y de las mañanas, en que el nieto antes de irse al colegio se pasaba por el taller del abuelo para conocer lo que en aquel momento hacía él, con su cincel, gubias y escofinas.
La puerta por fin se ha abierto.
No podemos decir lo contrario, nuestros congresistas, yo mismo, nos hemos quedado petrificados. Sin capacidad para movernos y afirmaría, sin temor a equivocarme, de huir de lo que se nos ha ofrecido durante las siguientes horas, que podrían ser siglos, por como temblaban algunos esqueléticos congresistas que parecieran estar perdiendo sus carnes con el paso de los segundos.
Apareció un cuerpo pequeño, con movimientos gráciles, rítmicos, se abalanzó, con sus brazos abiertos, sobre una tierna congresista que impulsa, con gran algarabía, las políticas para revertir los inhumanos y perniciosos efectos de las leyes para regular el aborto. La mueca de asco fue palpable, no lo podemos negar y eso que no pudo ver los rasgos desfigurados de la niña, creemos suponer que lo era, porque no llevaba la cabeza encima de los hombros.
No se le ocurrió preguntar a nuestra congresista, la típica pregunta que nos hacía nuestra madre, cuando llegamos con nuestro enésimo pantalón roto: "¿y cómo?"; la metralla que llevaba incrustada en un costado, con el made in USA, que había visto, minutos antes, en otra sala, le daba la respuesta.
Ocurrió que pasó después un abigarrado carpintero, despojado de sus manos por certeros francotiradores, armados con las balas, que estaban en la quinta repisa, del segundo pasillo del hangar congreso que contemplamos antes. El hombre, la verdad, pese a sus horrendas condiciones era dicharachero y con el congresista que había jugado a la conga, mientras parecía esnifar billetes, quizás una falsa apreciación, entabló lo que quería ser una conversación pero que el simpático y saltarín interlocutor no supo darle continuación.
Nuestro hombre "mancucho" la verdad que se había preparado la visita, le empezó contando que su familia había vivido siempre en Palestina, pero que parte de ella, se había establecido hacía siglos en España; le habló también de Amin Maalouf y como nos narra esos vínculos entre todas las civilizaciones. El caso es que como el congresista no parecía muy por la labor de contestar. Le dijo que allí, en Toledo, habían empezado, sus parientes a desarrollar el arte aprendido de la carpintería.
El legislador, mudo, ¿por el peso de los billetes, que le atrapan los huevos? miró hacía la puerta por donde había entrado aquel orfebre; pero como no soltaba palabra, siguió el artista, si ahí, abajo en el medio tirando un poco a la derecha, le guiño el ojo, está la firma que nuestro primer pariente determinó que tenía que ser el rasgo de nuestra identidad al labrar la madera.
Por lo que parecía, la cosa no era de acabar pronto. No había problemas, nos habíamos quedado petrificados, con nuestras consciencia plena y nuestra vergüenza por los suelos. Nos daría grima ir arrastrándola como menesterosos, nosotros representantes de la mayor "democracia" que había existido nunca. Entraron una pareja de hermanas.
La niña llevaba la mitad de un fonéndoscopio, la otra parte había sido segada por la metralla que llevaba una bomba teledirigida que nos habían enseñado uno de nuestros anteriores rechonchos interlocutores con los que habíamos compartido un rato en la visita de Nitanbahu, "podríamos pensar que caeríamos", le habíamos puesto de mote.
La mitad de la oreja quería alojar esa parte del aparato que como podemos imaginar no se sujetaba, rebelde él, y seccionado e inservible, añadió mi mujer, que permanecía silente, dolorosa por todo lo que estaba sucediendo a nuestro alrededor.
No nos habíamos fijado pero la hermanita llevaba colgado de sus dos deditos, que aún se sostenían, casi desgajados a su hermanito, llevaba una pelota de beisbol; la familia nunca había comprendido como al pequeño le había atraído tanto un deporte, tan de Estados Unidos. Con su carita, desgajada de la mitad de sus dientes y con sólo un agujero de la nariz que restaba, el niño le hacía gestos a otro de los alegres saltarines que vimos antes agarrado a sus compañeros de conga. Le retaba a que golpeará la pelota con el bate que sabía llevaba escondido entre ese traje tan carísimo; decía:
"con mi sólo dedo, he conseguido darle un efecto que hasta ahora no ha habido nadie que lo sepa leer".
El congresista, huelga decirlo, nos pareció que expulsaba un olor característico a mierda, y excusa decir que no movía pierna, para no restregarla. En el niño, por alguna parte que aún le quedaba, podríamos describir la ilusión de sorprender a un mayor, aunque fuera, quien había firmado, meses antes, la bomba que le había situado en ese momento de su vida.
La presidenta de la sala comprendía que aquella visita era histórica. Sabía ,porque era licenciada en Historia con una cierta honestidad mental, todas las felonías que habían hecho desde África hasta América del Sur, para que el país que representaba, los hubiera tenido como despensa de su actual nivel de vida.
Caía sobre sus maquillados pómulos, el sudor frío por lo que ella, los que estaban en esos momentos en la sala, no eran capaces de parar. Eran conscientes de lo anterior; pero, ahora, ellos eran los actores y como en épocas anteriores, sentía la impotencia de ser parte de un trágico engranaje en el que el comercio de lar armas, nos crea enemigos para justificar su compra y destruirlos.
Mientras le recorrían esos pensamientos, una madre, sujetando en su regazo un hijo; en su único brazo, la otra; y sobre la cabeza, como cuando acudía al río a lavar, su recién nacido bebe. Todos ellos con los brazos y la cabeza caídos, descolgados, como sucede a los muertos. Esa mujer, la hablaba, de mujer a mujer, que han llevado a sus hijos en las entrañas. La relataba como había días en los que sentía que el peso del vientre la anclaría a tierra. Compartía las noches insomnes, los sueños para el futuro de cada uno de ellas.
Con una dulce voz, ante de expirar, lo único que la pedía, a la presidenta, era que al niño que le quedaba le diera una oportunidad para la paz.
Un disparo psicopático, de alguien que había perdido la razón en mitad de ese aquelarre, había hecho el efecto sobre la mama que se había unido al destino de sus tres hijos colgados. Como el cerezo seco, que no ha podido sobrevivir a tantos ataques.
Mi mujer, me agarró, viéndome desfallecer; era parte de aquel genocidio. No servía de excusa todos mis actos en contra de él.
No podía escaparme de una sociedad que recibe información sesgada.
No escaparía con mis escritos denunciando lo que sólo escuchan algunos con la misma camiseta
Ella, con suavidad, me arrancó de aquel lugar y me sacó a ver por la calle, las voces de los seres comprometidos Susan, Bella, y tantísimos millones.
El fotógrafo del Congreso, tomó miles de instantáneas de los asambleístas con una ilusión de una niña jugadora de fútbol, con dos brazos sueltos desiguales que le abrazaban con camaradería; con un niño exhalando un gas y su interlocutor tapándose boca, nariz y ojos con horror.
Se les ha puesto sencillos pero bellos marcos para que los congresistas puedan hacer alarde de los logros conseguidos durante la ejecución del mandato que recibieron.
Entre los maravillosos obtenidos por las prebendas recibidas por sus sumisiones, pueden exhibir el pelo rubio de Rachel Corrie, que pudo salvarse tras ser aplastada por una excavadora. O las bellas trenza de Salma, enteras, cortadas de un cuerpo desmembrado
No podemos decir que nuestros mercenarios congresistas hayan podido llegar a sus despachos para colocar esas magníficas fotografías. La visita de más de 40.000 personas, no es cosa de minutos; tampoco de horas, ni de días.
Tampoco podemos negar que tengan que pasar antes por salas de desinfección. Eso si, afirmamos, que no serán las mismas salas que sus iguales, utilizaron en atemporales momentos de la historia para cometer las fechorías del mismo signo, gasearles y eliminar a quien llaman diferente
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