Anda escribiendo sobre una hoja de una palmera que se secó a tiempo; cayó hace meses y él tuvo que intervenir en un proceso para intentar momificar aquel lugar donde escribir su primer ensayo, sobre el dolor de cabeza que le venía acompañando hace tiempo
Prescindió de cosas químicas, obtenidas de reacciones provocadas en el laboratorio; por el contrario se quedó todo un amanecer escrutando los cuidados de una cierva con su nuevo vástago. Sabía ella de la existencia del curioso homínido, pero había llegado a la conclusión de su inocencia; de hecho, le había retado a una carrera y este había salido hacía el lado contrario, ¡huyendo! masculló la cierva; puede que si, si no tienen esa vara de fuego, si la que tumbo a mi churri ciervo, no son capaces de afrontar ningún reto.
Cada uno saca sus conclusiones; sucedió que aquel humano andaba bajo la influencia de las enseñanzas de Robert Sapolsky y se había dejado llevar por el deseo de dominio, predeterminado por muchas de sus acciones previas. Había recordado que tenía una montura en el desván, sin mediar palabra y vista la buena disposición que mostraba la madre; egoísta el hombre pensaba que era por él, sobre todo para que no se acercará a su cervatillo con alguna aviesa intención.
El caso es que cuando volvió con hechuras de cervaquero, comprobó la poca importancia que tenía para ella, menos aún sus estupideces. Desistió de pensar por lo que él quería, para empezar a situarse enfrente de la sucesión de los actos en los que vivía. Aprendió, cuando creía que era maestro.
Silbó pero no acudieron; grito, pero le traspasó la nada. Era parte de una de las fábulas de Esopo, pero la cierva se había empoderado. El ser humano quería dominar, pero el caballo prescindió de él, sabiendo que siempre se sienten enviados de Dios para justificar su tiranía, les habló como tal, y le dijo en tono bíblico: ¡No voy a bajar otra vez, payaso! ¡Sé cómo os la gastáis!
¡Te crucifiquen a tí!
Aquel Joe se quedó ojiplatico, ¡Era el enviado!, ¡No vendría el amo!
Me di cuenta, que no era como él, aún me quedaba una cierta capacidad de aprender. Me había dado cuenta hasta que Pablo Iglesias podía tener una casa, y no como todos los demás diputados que iban pidiendo una vez abandonado, porque, podría ser, que, una vez sometidos al escrutinio de los ciudadanos y perdiendo su confianza, por lo que fuera, debiera quedar en la indigencia. Aquellos Migueles y Antonios que acudían a los juzgados, sentenciaban fuera de ellos: eso, eso ¡que se jodan! mejor que nos gobiernen los reyes y los terratenientes, aunque unos y otros hayan llegado a base de tiros, compraventas y traiciones.
En el mercado, pues, se había juntado un conglomerado que prometía. El presidente, que ya que un dios no bajaba, se quedaba él. Esopo, denostando al caballo; este mandando a tomar por saco al de las bridas, el hombre, amistoso hasta que gobierna. La madre cierva buscando pareja para que su cervatillo no se fuera de buenas a primeras a buscar al primer león hambriento. Y no, porque la cierva lo necesitará para eso, sino porque un achuchón siempre es bueno y luego entre flipados, siempre parece que a una y al pequeño, les dejan un poco en paz.
Así, el tendero te habla de como están sus tomates; el confitero, que no hay dulce que mil años dure, que vengas mañana y el cabestro, una vez que no tiene inocentes caballos, se ha marchado otra vez a África, pero allí, algunos, esperemos que muchos, han empezado a ser más nacionalistas que el dios que tienen recogido para su servicio; de ahora digo esto en tu nombre; mañana, me has dado las llaves de tu reino y ¡ey, reina! ¿un bailecito?
Si, pero de cinco minutos, que luego te lías y me cuentas otra de tus fabulaciones
No hay comentarios:
Publicar un comentario