domingo, julio 14, 2024

Demóstenes entre sofritos

En el caos de la muerte permitida de más 300 personas, Abdulla, Habida, Hafsa, Amin, entre otros seres que amaban cantar, contar historias, compartir el té con su familia, proyectar un futuro, tener miedo del diferente, que es lo que aprovechan quien los han asesinado para obtener el apoyo de, a quienes dicen representar, también temeroso del otro; de entre todos estos detalles de vida, recogemos uno, nimio, ridículo. Un niño mira al agua, porque a su enfermedad adolescente la vencerá las gotas que no volverán a pasar de la misma manera. 

      Le enseñaron a respetar falsas ideas; ahora, que vuelven los apriorismos, puede desear que su hija que utiliza la mano zurda, izquierda, para escribir, comer, partir un bollo que quiere compartir con él para mostrarle amor;; en ese gesto de utilizar lo zurdo, vea la acción diabólica de un enemigo, porque un psiquiatra, alocado, ensimismado en odio, diga que todo lo hecho con la parte izquierda puede dañar la humanidad. Ejecuta el amor por la maldad de un posible depravado, esquizofrénico.

     En aquel anfiteatro, saliendo el sol, surgiendo las palabras de entre las piedras que le afloraron en el camino, emerge un hombre. El público alrededor de ese semicírculo, prodigio de construcción, le rodea. Lo empinado de los escalones de las gradas, da una idea de él, empequeñecido, abajo, ser atendido, escuchado y respetado en quienes parecen haberse convertido en dioses a los que tiene que dar explicaciones.

     Existen seres, Victoria, Martín Pallín que con sus palabras, apoyadas en sus actos riegan el escenario de sabiduría, de un lugar compartido con esos seres que les escuchan. Las palabras de ambos, en diferentes momentos, convierte el lugar en un mar en el que todos están nadando e intentan entender el sentido de las olas y comprender la lucha por sobrevivir en los peligros de las grandes tormentas. Entre ellos se dan ayuda para saber afrontar los ataques que huracanan nuestras vidas.

      Delfos, es un lugar abierto, ese escenario arrobador, que te hace amar y recrear la aparición, hace miles de años de Demóstenes, en otro bello amanecer; hoy ve surgir la efigie de alguien que, desde la soberbia, lleva ya, insertada en la testuz, el ramo de vencedor. Cada uno de los espacios del graderío se ha llenado. Mira, entre taciturno y mostrando un gran desprecio hacía cada uno de los lugares que la veleta de su cabeza le va llevando.

     Su cuerpo, por el contrario, está rígido, si su cabeza, nos ha dado la sensación que giraba, a cambio, su oreja, la derecha por más señas, ha parecido quedarse estática, alerta a lo que percibiera de lo que viniera desde aquellos lugares.

      Como un gran César hace un gesto entre, disciplente y de desprecio hacía toda esa turba, piensa él, que se ha arremolinado para escuchar. Hace el amago de irse, dueño de un título, protegido por Marte. Aquí, no es nuestra época, lleno de aparatos que distraen la atención de quienes quisieran saber. 

      En este nuestro instante, a un vendedor, no le han dado el premio de ser el presidente del año. Y a un bufón no le han dado espacios, para que les pareciera al pobre, que les hablaba a ellos, cuando en realidad serví a a sus amos. 

      No, en la magia del despertar de la mente entre los nuevos rayos, cada uno de los seres ávidos de conocimiento que ha acudido al Teatro, le reclama explicaciones por sus actos. Si quiere, los puede teatralizar, los puede narrar. 

      El hoy, en hace 2.000 años, es un juez que debe explicar porque de sus actuaciones. Hablará desde abajo; en la grandeza de su explicación a sus espectadores irá haciéndole disminuir hasta dar la misma imagen de ser una hormiga pisada por la propia podredumbre de sus explicaciones o haciéndole participe de la construcción de una sociedad.

      Cuando llega el momento crucial, después de haber divagado, pero sin crear una bella odisea, sino sólo el jardín de los horrores, le llega el momento de rematar su disertación sobre la justicia, con el descubrimiento realizado en dos palabras claves, se queda atascado; las miradas escrutadoras parecen disminuirle; el silencio anhelante, es un volquete sideral de basura que el mismo se arroja, sobre su mentira:

   no sabe rematar su exposición bosquejada entre ramales de océanos. Podría ser tan fácil, ir a las termas que limpian lo impuro. Podría acudir al oráculo que con sabiduría le ayudaría a escrutar el acertijo. A cambio, permanece mudo, inerte, porque alguien le ha escrito una 

              M con un punto

               Rajoy que podría ser un tomate Rah de un hoy, convertido en j. 

           Calla y si, en aquel tiempo, en aquel lugar sería la viva imagen de un estercolero que anegó lo que antes fue un hombre.

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