Puede no esperar que le llamen para que termine una tarea que comenzó hace años. Sabe que es una decisión meditada de alguien con poder para seleccionar.
Él coge trazos de lo aprendido, recuerdos con quién compartió viajes, acantilados desde donde se asoma para emprender vuelo a un horizonte que siempre se le ha alejado.
Abajo de ellos, asoman piedras que le sajaran ante el fallo, le vendrán a la memoria la nave de lo compartido que le facilitarán lo emprendido y arneses que se anclan en las búsquedas realizadas.
Hubo un tiempo en que se visitaron aulas donde doctos seres ofrecían sus teorías, algunas le sirvieron, otras afloran tras la travesía como abierta a explorar un fin al que parece negarse a encontrar en lo desconocido.
Ellas le metieron en una cuerda floja; ahora la ve a lo lejos, le acerca y explora otras vías porque el vacío puede ya anclarle a la aceptación de "vale, así son las cosas". Aún ese alambre parece seguir ofreciéndole los brazos para llegar a otras orillas.
El agua llega a sus pies. Su fuerza le ata a sus olas; tiene la paciencia de agacharse, acariciarla, andar hasta la barca que tiene a unos cientos de metros, no sin antes haber evitado las piedras mojadas que le atraían para hacer el camino más rápido y llegando, saltar la borda y coger los remos y acercarse a su nueva nave. Allí, subirá, izará la barca por si los vientos y las olas destrozan la velas del camino a su sueño. El bote, si esto ocurriera, será testigo de los últimos resuellos que gastes para tumbarte en la arena, a la que llegarás consciente de la fuerza que tienen las derrotas para que, recuperado, te quedes anclado, a la espera de un nuevo amanecer. Allí serás un Robinson o charlarás con aquel Michael que exploraba y se adentraba en lo que el ojo no ve
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