Nos enseñaron a romper los terrones, cuando las familias necesitaban ser arrolladas por la sequedad que maldecía aquellas tierras
El tiempo golpeaba los renacimientos. Si al primero de los viajes no se le hubiera revestido de la necesaria sabiduría de los mayores, a los siguientes se hubieran salido con los cimientos de lo conocido que tantas veces se convertían en muros de celdas por las hierros de lo aceptado.
Acudían embaucadores a los balcones de las proclamas y figurantes movían los brazos entre la muchedumbre para airear los falsos entusiasmos.
Aparecía un pajarillo y ponía en cuestión todas las triquiñuelas de las falsas apariencias. No sabías como había llegado hasta allí.
La codicia quemaba las ramas porque en sus troncos se encerraban la imposibilidad para su enriquecimiento.
En el poder se sentían tan seguros con el dinero recibido que buscaban que los ecologistas se auto destruyeran, los movimientos sociales entrarán en tierras movedizas y los jóvenes se resignaran a tejerse sus propias cadenas.
Decía ella, son ecocidas. Miraban ellos, divertidos, somos ladillas, mamando de los abandonos; "callad y se expoliara. Siempre en nombre de una patria sometida y de un dios que se arrodilla, por proclamarse, seguidor de tantas desvergüenzas.
Entonces se hizo la puerta, se abrió y por allí, llegaron indocumentados para el lugar y el momento al que querían.
Proclamaron ser dioses y por tanto sin papeles. Les habían hecho una faena, pero sin que fueran faeneras sin cama sobre las que caer.
A ellas, sin complejos, aparecer desnudos de dignidad les hacía parecer reyes
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