Sobre la arena había intentado escribir el nombre de ella. Nunca lo había conseguido, siempre llegaba una ola que se empeñaba en borrar alguna de las letras
Si podía decir que cuando ella partió, las velas parecían agitarse y el viento dudar en el empujarlas. El palo mayor se agitaba y no dejaba izarse aquella tela.
No miraba para atrás, estaba enfrascada en surcar la siguiente ola y en dibujar un nuevo horizonte en el que se había entrometido él. Gobernaba el timón con una cierta presteza pero, a duras penas, tenía que pugnar porque no se bajarán la de los ojos.
Él, por el contrario, no se daba cuenta de lo importante que había sido ese tiempo. En lo único que podemos entender su desazón es que según surcaba una nueva cresta, acudía con sus manos, más cerca de la orilla para que las palabras se las pudiera cantar el viento.
Al agua que borraba sobre la pizarra de arena, la A, se le unía la voz de Sinnead, a la que había tomado la letra de Nothing compares to you. Se daba cuenta de lo terrible de la situación.
Por momentos el viento venía del mar y se introducía entre las dunas de aquella playa virgen; la sal, soñaba que se impregnaría sobre el cuerpo de ella, pero esta hacía una nueva maniobra para buscar el nuevo bordo y seguir alejándose de él; pese a los innumerables giros, su decisión era inquebrantable.
Cuando rolaba el viento y se dirigía hacía la nave, él imaginaba que la profundidad de sus sentimientos y los requiebros de su dolor les llegaría a ella; pero ese cruel viento de popa la ayudaba y reafirmaba en su decisión de cortar aquella época compartida. Las velas se inflaban y su pelo le escribía su adios con las ondulaciones que tantas veces se habían enredado sobre sus dedos en las noches de Sol.
Los pies anclados frente al timón, trataban de disimular las zozobras con las que tenían que luchar sus rodillas que temblaban sintiendo las caricias en aquel lugar tan alejado de las cuitas amorosas que, a ella, la habían creado unos nuevos brazos con el que le había arropado en sus exploraciones.
En algún momento miraba, ante alguna virada, dejaba escapar sus ojos hacía la orilla, para saber que no desfallecía en su necesario alejamiento de aquel amor imposible. Perdida la visión de aquel último árbol que se agitaba bajo el impulso de la pasión de él. Consiguió encontrar una diminuta isla que siempre la sorteaba en sus exploraciones conjuntas.
Ahora, fondeó a unos cientos del metros de sus aguas esmeraldas y nado dejándose acariciar por los delfines y palmear por la lenta tortuga que le retendría el tiempo que necesitaba para ella.
Recordó el viaje de su madre, para romper los muros de otros tiempos. Roger Waters la posó sobre aquel efímero paraíso; donde añoro las caricias y contempló los abismos.
Sin un tiempo definido, volvió al barco y la brisa pareció hacerse ansiosa de su cuerpo al que abrazó y calmó para confiarla en los nuevos tiempos de ser ella.
Otra mano pareció despedirla desde una rama; temió no ser capaz de enlazar sus dedos, en algún otro Berlin.
Allí, un mosquito le dio una porción de cielo en su fuga
No hay comentarios:
Publicar un comentario