Nos hemos colocado enfrente a donde sale el Sol; cada día parece nace, aunque en la noche hayamos arribado a un nuevo puerto.
Suena en la entrada a la bocana, el lado salvaje de la vida. Pudiera ser que durante la travesía te hayan abordado olas con bocas que alojan a fauces sanguinolentas; que violentas se hayan sobre las velas para hacerlas jirones y que los mástiles se hayan desplomado, desarraigados por un tornado. Nunca estás preparado del todo, pero si aceptaste esa lucha contra un enemigo invisible.
Es oír alejarse de todo ello, cuando doblas los muros de la bocana y atisbar la boya donde anclarás, pese a la violencia de una resacosa marea y ver dirigirse hacía ella, al marinero que te llevará a tierra, con su barca llamada Casandra.
Unas últimas maniobras te hace centrarte en la nave con la que has vencido las travesías que has acumulado; de unas saliste mejor parado que de otras. De todas aprendiste, te hicieron, como escribe Kavafis, más sabio. El viento es tu motor y el timón, lee las derivas, por fin, te amarras a la boya y puedes mirar a la cara del capitán de la barquichuela, Casandra, te llevará a tierra firme. El lugar del que te apartes para un regreso al futuro y sobre el que ya ni te acuerdas como vagabas cuando no sabías que te aferrarías a los océanos para atravesar los días que te alimentarán de sueños, sinsabores, desprecios, traiciones. Lanzas una rápida mirada, ansiosa, temerosa como intentando atisbar respuestas; en él encuentras, transparencias para que sepas que el camino es tuyo; en sus ojos, espejo para que veas todas las marcas que te ha dejado el tiempo y un rostro que te escruta para recordar aquella ola de 7 metros que entró por una aborda y cuando se dignó a salir, se había tragado a seres con los que habías participado en aquel viaje por la niñez, que ya tenía que asomarse al lugar donde se lanzan las últimas redes de aquella época que se escapaba para recoger los primeros frutos para ayudarle a realizar la travesía. Cruel aprendizaje, ambos observadores bajan la cabeza para encontrarse en lo vivido.
Cruzan unas breves palabras y una infinita mirada en la que no encuentran el fin del horizonte. Cuando llegan a tierra, amarran la embarcación y se ayudan, con la cabeza baja y las palabras que salen de sus brazos firmes que describen una camaradería atemporal.
Sweet Jane rasga el espacio, besa al marinero por si le pueda aliviar la zozobra en la que le ve dar los primeros pasos en esa tierra firme que amenaza con engullirle.
La mira, ella firme, le habla de encontrarse en nuevas sensaciones; le zarandea, como en la Circuncisión de Harry le anima a que rompa con lo que le ha modelado hasta ahora. Ella si le sabe explicar que no es nada relacionado con la muerte; es sólo, deshacerse de lo que le puede crear una dependencia que le ancle a las profundidades para no salir a flote.
New York tan oceánica como engendradora de encuentros.
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