martes, julio 02, 2024

Lo que vivimos

 Ahora que el tiempo del aprendizaje mercenario se está terminando y que revolotean los días pasados como una ligera brisa en las que hubo tornados, huracanes y siempre, navegación; llueve sobre un campo en el que siempre caerán semillas. Las de la soberbia tienen tantas ramificaciones, como debilidades.

 Se fue finito aquel día de Octubre, se buscó por los rincones; unas veces llegaron la enseñanzas desde la Europa que construye; otros días, aquel profesor estadounidense te enseño las bases del individualismo feroz, ahora exhibido en la exposición de Suburbia en mi amada casa de los aprendizajes, CCCB. 

  Se asoma a la costa, allí las aguas parecen preparadas para acogerle. Lanza un bote para atravesar la distancia hasta Liverpool, pensando que aquellos cuatro marineros cantarán hasta quitarle sus miedos.

   Pronto descubre que las inescrutables sendas trazadas por las olas le introducen en un vértigo de haber abandonado la dulzura de su tierra prometida en la que se hallaba anclado, Dublin. 

   Siente el pánico de andar vagando por los mares, esperando un regreso que se alarga. Se ha convertido en un Ulysses, al que las voces de Sweny, derrumbará un Babel, con la piqueta hecha pluma, de Joyce; marinería atemporal, desde niñas de 8 años, moverán la vela del periódico doblado de Leopoldo o un cineasta canadiense registrará la voz de aquel joven actor que al entrar en la Pharmacy se transformaba, ahora en Dedalus: más tarde en Martin Cunningham o desbrozará el bosque hasta llegar a la piel delicada de Molly, entregada al disfrute, roto los encierros.

    Todo se conmemora como un 16 de Junio; haya sido la salida a un día lleno de los horizontes mundanos transcritos en una escritura megalítica o 36 años encerrado en una isla una veces, confusa, otras, tropicales, nunca hubo estatuas; siempre los latidos en descubrimiento; en aquellos días, se vieron lejanas, las embarcaciones con destino a los Hades; hubo puertos de sonrisas; en otros esperaban taimadas navajas a las que debía enfrentar, a veces, sin estar preparado porque se había vestido de equilibrio, quien era sustentando por las voces de la sirenas, que sólo querían venganza por percatarse de la imposibilidad de una ficticia felicidad, a la que siempre aspira quien se deja poseer por el deseo de ser ajeno. 

    Enfrente para un cortejo, el León de Belfast toca el saxofón; se retiene de los que se van una sonrisa, unas palabras, unos pitidos. No es dejarse encerrar en estos cómodos e incompletos horizontes; es tomarlos como brújulas, como Osas para que en los días más oscuros brillen como la estrella de Bryan y construya, ahora ya sí, la propia chalupa, sin esperar que alguien le deje seguir esa ruta, a la aclamación, soy tu rey. Habrá compañeros que te ayudarán a decirles a esos reyes, sean jueces, políticos y sus amos poderosos, que estamos todos en la mierda, incluso aquellos que se lanzan a Cruzadas, que como dice Nieves, son huidas, que no les hacen regresar como enviados, sino fantasmas a los que intereses revisten de una dignidad. En esos momentos, una pelea de lanzamientos de cagarrias, quita a aquellos los revestimientos de ser los únicos.

   Corre los días, con las voces de Marie Brennan y Shane MacGowan te dejas mecer, entre tantas marejadas para escuchar You're the one. 

     Te tumbas arrullado entre los brazos que te fueron calmando entre las marejadas.

    

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