Me ha llevado mi mujer hasta el lugar de marras, bajo la amenaza que se pondría de negro en esos campos compuestos para escenarios de fotos de glamour y apariencias.
Ya las hemos puesto muchas veces de ese color. Si hacen elegantes, por ejemplo, para quienes tienen que cortar una paletilla de jamón o para servir en una pizzeria con aires napolitanos.
Otra cosa es estar en medio de la Banda con esas pintas, me enoja. Ellos están a otra cosa y nosotros, pues, parecemos seres inocentes pero que les terminamos abriendo puertas.
En el marco de la foto que se prenden en las retinas salen tres carneros, un cocodrilo, en apariencia, sin hambre, veinte cabras y una jirafa. El zoo no te lo parece por la variedad y porque como dron te han puesto a un pájaro carpintero, que persistente es, pero, ¡leche! que con los años no hayan evolucionado a una mínima herramientas; luego que si se quedan cogidos por hebras de pino y se les disloca el cuello. ¡Pues como no! en el ser humano, algunos son atrapados por discursos sin sentido y salen ebrios de fanatismo a dar picotazos.
Lo de los carneros tiene su miga. Les ves, muerden hierba, levantan la cabeza, se quedan ojipláticos; tu te piensas, como pidiendo explicaciones y de repente, dos pasitos para adelante, uno para atrás, y a embestir que se van. No les pidas un porque, son los colores, son himno, son los cuentos bíblicos de Nieves, el caso es que te topan.
Ejecutado el acto, vuelven a su estadio, entre de sopor e idiotez. El carnero, los otros dos carneros; les observas, no han obtenido, agachan la cabeza como de sumisión, cuando el pastor se acerca a donar el azucarillo, lo toman y hunden sus fauces, no exageremos, sus dientes entre los dientes y alguna amapola que quedan y cuando margaritas que no se borran
Si tuviéramos que analizar los efectos perniciosos de los bóvidos es el miedo que han metido, porque, ¡chicas! que te volteen con esa virulencia sobre la zona inferior de la rodilla, ya maltrecha no es de buen gusto.
Imagínate a un cuerpo, por situarnos de una forma más completa, que sea el de la policía, pero que vamos no va nada contra la generalidad, sino por poner un contexto. Tu les miras, ellos te miran. De forma disciplente les saludas, ellas te conceden un ligero golpe de ojos. El equilibrio de la tarde, una brisa desértica que no es lo mejor en un sol que ya te golpea con violencia y que se vienen a por tí. porque los pastores de ese tiempo, pues no quieren que les pises las propiedades. ¡Qué no son suyas, señorones!, les quieres decir. Lo dirás tú, te espetan
El caso que te ves en el suelo, zarandeado, malherido, humillado, denigrado y pensando, esto no es propio de ellos, de los carneros, se refiere uno. Sabes que los pastores, después de pastorcillos, van a lo suyo. Apenas levantas la cabeza porque cada parece haberse partido y cada músculo, rotas sus fibrillas, como hirviendo.
A los atrapados en el veneno del azúcar les mentas a sus principios. Les hablas con dulzura, será porque las porras siguen erigidas en su cuerpo. Señoritas ustedes o han cometido una equivocación o una villanía. Elijan su verdad. En este inmenso campo, no tenían ningun motivo para el atropello realizado. El azucarillo no es una excusa. La perversidad de sus actos hacía nosotros ha sido apabullante.
Entonces viene la gran pregunta, por personalizar, porque no les caiga todo el marrón a los carneros; por la metáfora, les humanizamos y le decimos a esa policía, nosotros caminamos por los mismos terrenos y tenemos una perspectiva en la que con toda la perversidad empleada, ustedes no han obtenido ninguna explicación para justificar su traición o embestida, usted eligen.
Vuelves al original, el carnero, por si se presentan algunas suspicacias.
Y le requieres en su lenguaje, ¿no te ha mosqueado que ellos tuvieran todos los azucarillos para fidelizarte y "endrogarte", como decía el tío Urelio, y que yo, señor macho cabrío, que no falten las formas, lo único que te he dicho es que tu aquí, y yo, por allí, pero con mucho respeto y ayuda mutua si la palabra no te mosquea?
En esas estamos con el macho patrio, pero claro, recuerdas a las cabras anteriores, las han soltado e igual te defienden al lobo, que les comerá, que a las boas que te asfixiarán, nunca lo comprenderás, pero pasa. Cogen sus parafernalias y ahí que acuden, sintiéndose únicas. Sin que al mirarse con los que han escuchado las mismas sandeces, les quepa un atisbo de duda de pensar. ¿seré estúpido?.
Si nos centramos, en estos momentos, en lo del cocodrilo da miedo y pánico, a partes iguales. Concedida una tregua con los carneros; todos salimos a pasear una tarde fresquita de Mayo. Los caballos, ni están ni se les espera, pero claro llegas a una charca con sed, te agachas y pegas un salto, ¡de la hostia! un instante antes de que el cocodrilo en su lanzamiento y ante tus reflejos, pegue la dentella al carnero. Este que bala, el otro, que se pone a girar, girar y desgarrar al herbívoro. Tu sudando, ¡de buena me he librado! y el señor juez, por el cocodrilo, por humanizar la metáfora que no se queda satisfecho y aún pega unos últimos retortijones al asunto y que te piensas para tus adentros, se habrá inflado a esteroides.
Pues nada, que te ves con el animal muerto, él que se pensaba fiel. Con el depredador masticando como en una extrema necesidad y, para tus adentros, piensas, por los pelos, mirándote a la charca, y apenas con ellos. Te das cuenta que, sin esperarlo, estás a la sombra. Tu que creías que no había ningún árbol, en kilómetros a la redonda, pues vas y te encuentras con ese eclipse y si, es la jirafa. La ves plantada allí y te rebelas, ¡quien hostias la habrás puesto aquí! y tu mente sarcástica, que no tú, expulsa:¡Anda como al rey!
Si estuviéramos todas a lo que debíamos estar, habríamos plantado árboles. Mi mujer me sacaría las fotos con las guayaberas blancas, a juego con mis pantalones y zapatos.
Allí, entre plantas y el atardecer, inmenso que amenazas en coger en el siguiente paso. Sueñas con destruir todas esas guayabas sobre las que se han edificado quienes dicen querer los campos compartidos, a su pesar, eso si.
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