sábado, julio 01, 2023

Embarcaderos

 Me encuentro en un lugar preparado para embarcar. Giro sobre mi mismo, hasta completar los primeros grados de los que serán 360, por ese recorrido, mi cabeza paseará por las fotos con Manuel de Cuenca, nuestro primer gran monitor y mi silueta se  avergonzará mentirosa por mis palabras a aquella Carmen, a la que confundí, aunque fui tan soberbio para no reconocerlo, en la manera de montar en una piragua, porque, hablando en plata, no me fije en como estaba el asiento, además de no tener ni idea para enseñarlo; lo peor es que años después seguía persistiendo, en lo que ya era una mentira.

  Desde, ahí paso a ese espacio en el frente, ahora oscuro, aunque, con el reto de proyectar sobre esa pared momentos de una vida que, a veces, parece que no hubo, pero que, si, se paseo, ya fuera en las marchas alrededor del Monte Rosa con sus ríos que me parecían un reto para; ya fuera en los pantanos donde aprendías a comunicar con tus alumnos para que luego ellos pudieran, emprender sus propios rumbos.

  Se acerca uno, a los 180 grados y ahí se posan muchas vidas encerradas por sus autores entre dos tapas para que tu seas capaz de volver a compartirlas o ir a ellas; uno es el último que leíste de Gabriel García Márquez, una delirante narración de su adolescencia y su juventud. Lo recuerdo cercano a mí, en aquel cementerio, él acababa de tener su aventura, con la mujer más estimulante que un pintor pudiera pintar; yo, dormitaba porque, con Cristina, nos habíamos poseído tanto, que en ese abrir y cerrar los ojos, pensaba que la imagen de salir en el instante que daba la primera vuelta de llave el marido, teniendo aún el sabor de ella incrustado en mi ansiosa lengua, había sido como haber seccionado con una cuchillada sobre ella, tal fue el dolor.

  Ahora, casi sobre mí, se posan el saxófono, que antes de ayer, me desvío, mi volcó hasta caer por el abismo del caos y el reconocimiento del error, pareció liberar la mente para repetir de una forma gloriosa, lo que hacía instantes me había llevado a la mayor de las zozobras; por otro lado, po el metrónomo y el teclado; me asomo  con ellos, para reconocer todas las praderas por las que ahora retozaré con mis sonidos, cuando fueron las inmensas hierbas de la música de quienes me precedieron Dylan, Bruce, Leonard, Lou, las que siempre me envolverán en un paraíso de encuentros transformadores, aunque sea la circuncisión de Harry o las melodías de Lyly, Rosemary.

  Levanto la vista de la pantalla y la oscuridad me rodea, nada parece existir en estos instantes; la nada pugna por asustarme y decirme los muchos universos que tendría que recorrer para llegar a entenderlos, me siento como en aquel lugar de la Peña Hueva, a la que quise entrar para continuar en el reto del  descubrimiento de todas sus sendas; creía ser explorador y tras unos pasos, un barrizal pareció quererme tragar, sin, que a la vez, pudiera encontrar la salida, que había sido entrada; ninguna otra oportunidad se me ofrecía, salvo la de ser pasto de los cerdos salvajes que parecían tener allí, su piscina y sauna. No muy lejos he soltado, unas cuantas veces, un soplido para exorcizar aquel instante trágico; los años me mostraron los imposibles; por el saxofón, poco a poco, nacen agradecimientos y sonrisas porque a mis fallos, él los exorcizó con las ironías más aparatosas, que, por fin, llegue a comprender estaban regadas de la humanidad que nos parecen en abrazos, aún en su ausencia, por la calidez que nos llega, y las ganas de sonreír que nos nace.

   Ya, casi girado en estos instante, unos metros más allá, casi imperceptibles entran unos diminutos rayos, como para recordarme la pesadez de un verano que ahora parece inmenso, antes de que llegué el cercano agosto y se hayan escapados las incontables gotas de las esencias de mil sabores que prometían, saciarnos desde los días que restaban en este primero de Julio

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Siameses y mercader

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