martes, julio 04, 2023

Despunte

 Hubo unos primeros tiempos en la vuelta al pueblo donde me había casado que andaba un poco perdido. Me había divorciado de una manera un poco traumática, no echaré la culpa a la otra parte cuando mis salidas de tono son públicas y, por momentos, salvajes. 

 Andaba evitando algunos encuentros pero aquel hombre, silencioso, enamorado de su viña a la que cuidaba con 90 años, leía un libro en el cual yo me había encerrado para descubrirme entre aquellos viajes a la selva amazónica. 

 Pasaron pocos años, en los cuales iba viendo como diferentes lianas no servían para ir pasando de un árbol a otro, sino que servían para atar las voluntades de quienes eran honestos en su día a día. En poco tiempo se nos fue también él, yo había dejado de viajar por las selvas urbanas y la naturaleza había atemperado mi naturaleza explosiva. 

 Cuando tuve conciencia que ya no le volvería a ver, pedí permiso para viajar, todavía más lejos, hasta su viña. Lo hice de una manera deslavazada porque no conocía a lo que me enfrentaba y no sabía donde los puertos a los que debes llegar para que en las madrugadas veas salir el sol. Aquel primer año de su ausencia, pareció que cada una de las cepas, había llorado tanto que no se permitió tener ni tan siquiera un racimo de uvas. Era todo tan extraño que la única opción era, descansar, ver el verano caer a plomo sobre cada uno de sus días, escuchar a Bob porque el señor Tambourine podría tener una magia especial para entablar un nuevo dialogo con aquel encantador paraje. Cuando llegó el otoño, se podo, se aró el terreno y se espero a que la primera, acumulara agua para darla un segundo repaso, con la mula que tanto me ha demostrado mis carencias. Sucedió así, y de pronto, empezó de nuevo a vestirse de verde; ser iba poniendo tan de gala como la ilusión que me hizo rejuvenecer cuando me aproxima a ella, la miré con un cuidado exquisito, toqué algunos de sus brazos e intuí que este segundo año, tendría sus frutos. 

  La dejé madurar y tuve miedo porque en nuestra relación empezaron a aparecer demasiadas cosas superfluas; tantos tallos saliendo a lugares que les dejaban desprotegidos, tantas hojas buscando aparentar lo que no eran.

  Temí, por un largo periodo, que volviera a tener una relación metido en una burbuja mía y un ser sólo exterior, por parte de ella; como si tuviéramos miedo de pasadas experiencias. 

  Una mañana de un incipiente Julio, empecé el "despunte" para que tanto ella como yo, fuéramos quitando todo lo superfluo que tanto nos había alejado antes, incluso en encuentros que pretendíamos intensos. 

  Todo esto duró varios días; habíamos aprendido que el infinito estaba en el instante que vivíamos. Nos contemplábamos, llenándonos de paciencia y cometiendo errores como quitar algún racimo que también hubiera querido su cuidado hasta el final. Evitamos los reproches, porque todo nos estaba bañando de nuestros sudores, que en tiempos anteriores, habían evitado los artilugios que no nos eran propios.

   Recuerdo que aquella primera mañana de despunte; agotado, atrapado en mis otros mundos que evitaban contemplarla con la pasión de verla de otra manera, más pura, más sin ropa, cuando me iba levanté la vista y supe que estaba preparado para ser suyo y siempre pedirla poseerla.

  Ella estaba espléndida y mi mente eufórica. Aquel primer año, de extremas soledades paralelas, había pasado a albergar nuestros mutuos cuidados; miré a la montaña, dos corzos se volvían después de haber imitado al perro, como en una pequeña burla; les sonreí porque sabía que jugarían a desgranar las uvas antes que yo. Lucharía contra su gula, aunque existen batallas pérdidas, pero guerras de recuperación de viñas, ganadas


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