Pensando en llegar al traslado, me quedé en la playa; nada que ver, el cielo lo podía coger en el horizonte, nadando un poco más, donde se juntaba con el mar. Era dar una vuelta, pensar en todas las mías, pero tener un ratito para mí; siempre es poco, pero inmenso.
No dudo que también he sido yo con mis alumnas a las que he mostrado vidas diferentes, con las asociaciones en los que hemos humanizado a tantos otros, denostados, con las reuniones para analizar, incluso, al famoso Piketti. Dice Dylan que en todas esas cosas bellas, existe un pequeño dolor. Lo conllevé y disfruté esos nacimientos en los que participé
Cambiar, irme a otro lugar, puede esperar, lo haré aunque haya algo dentro de mí que se niegue, pero la casa está preparada y allí he forrado las paredes de amor para los míos; para que incluso en los días oscuros de los inviernos infinitos, salgan gránulos, como burbujitas para que les frote la nariz y sonrían. En la hamaca, el instante es infinito, miro la ola que viene, se va agigantando, sobre la espuma el niño de cualquier sitio siente el vértigo de los egoísmos. Le tiendo un beso sobre la mano y el espacio para auxiliarle es infinito como tantas de nuestras impotencias; siempre existe los tanques y las bolas para el derribo que ayudan a destruir lo que tanto cuesta levantar.
Las guitarras suenan en un caos que parecen comerse las palabras. El mensaje se adormece y la electrónica ocupa todo nuestro espacio, en este instante la mañana, me lleva a mi presente y sobre Sweny flotan las notas que buscan partir de aquel espacio lejano por tiempo finito y fundirse en encuentros con quien ahora, en ese instante, se quedaría fundida en pertenecer al amor
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