No ha llegado aún la oscuridad, pero las sombras visten nuestras visiones. El tiempo se escapa y tomo mi moto para no llegar a alguna parte.
Tendemos nuestros instantes, seguros de exhibir nuestros ropajes entre el vecindario con el que comparto las noches de insomnio. El viento agita una mirada ajena, Van Morrison canta, se desplaza el escenario de las propia seguridades; por la noche, los ojos contemplan las peregrinaciones. Los olores confunden las víctimas, pasajeras de la nave de un glamour de perseas.
Se desliza la bestia, seguro entre los escenarios de los transformistas. Hoy, donde los focos deslumbran a sus presas, ella cimenta una trampa. Una mujer calló atrapada de pies y manos, para que sus instintos reinen en el agujero oscuro de su mente.
Nadie está libre del hambre de lo inhumano instalado entre los asesinos. Unos, caen, atraídos por palomas en transformismo y otras gavilanes hunden sus uñas entre las pieles desgarradas de sus fallecidos
Palabra, esta última, estúpida despojada de la maldad de quien empuña las armas y quien activa a este último. Sobre el escenario, por ahora, un ser humano necesario para trastocar los datos de una pantalla. Dos niños mueren, cuando iban a ser inscritos en el registro de nacimientos.
Algunos dicen que fueron alcanzados por la ira de un dios airado, justiciero defensor por su pueblo. Otros, nos hacen suponer que aquellas dos motacas, iban demasiado rápidas, para seres tan pequeños, en un universo de carreteras interminables.
Nos preguntamos si habrán desaparecido como Sixto Rodríguez e igual que el día muere, a la mañana volverá a brillar los lloros de su hambre.
Existe una Janis en la muerte en vida de un padre, que escarba con sus uñas trémulas entre los despojos de una humanidad convertida en una triturada con dientes afilados entre ácidos líquidos que enfrían los infiernos que es la víctima.
Lectora con bálsamos de venenos, proclama el advenimiento de la muerte por el esparcimiento de una metralla que no tenía ojos, solo una sed insaciable de víctimas.
La sonrisa de interpretar unas letras de fuego, marcando la pérdida de vidas humanas como un circunstancial evento casi pasajero, te hace merecedora de ser elegida para aliviarnos la venida del fin del mundo.
Mas no te desanimes, corporizado anunciante, siempre Dylan, nos recuerda que eres sólo un dólar en el, donde tomamos nuestro propio joysticks para ejecutar la destrucción humana.
Pedimos calma al silencio, quietud a la motaco y nombre al desgarro de la dignidad por justificar asesinatos.
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