Aquel árbol no parecía indicar todo lo que sucedería después. Era bello, tenía unas hojas esplendorosas y ofrecía una estampa que daba prestancia a la toma que había realizado el fotógrafo. Sus ramas parecían haberse retorcido para crear un paso de aire que provocará un sonido único.
Se hallaba presidiendo una pequeña colina, que visto desde nuestro desértica guarida nos daría por pensar que era la excepción que confirmaba la regla de un terreno que invitaba a la salida de aquel lugar infernal.
Se habían sucedido diferentes mensajes para que lo examináramos de cerca. Un aroma violentaba aquella sequedad. El sol pugnaba por crearle una sombra que no terminaba de dibujarse sobre el terreno. Por último un ulular de un ave desconocida parecía desafiar los cañones de los cazadores que andaban en sus puestos en una noche de luna llena.
Ella inició unos primeros pasos, pero fue su nuera Petronila la que mostró un vigor mayor a la hora de escalar aquel pedregal que se movía como la boca de un cocodrilo insaciable. A cada paso la suegra soltaba una maldición y Juan, su hijo, la certificaba como si el cartero tuviera prisa por marcharse. Nuestra heroína se había acostumbrado a aquellos improperios y lanzaba avisos de próximos movimientos con una frecuencia mayor de los que ella producía; conseguía que los movimientos de madre e hijo, generarán en si mismo un magma que parecía desintegrar el último agarre que había tenido.
Con una sonrisa de oreja a oreja de Petronila y con un baile próximo al de San Vito de madre e hijo, procedieron a tocar el tronco de nuestro árbol para que a la vez les sirviera de bastón en el que apoyarse para contemplar,, ya incorporados, aquella grandiosa y frondosa visión de lo desconocido.
Si antes había un único sonido que parecía repetirse por los diferentes puntos cardinales, ahora un búho abría, aún más, los ojos para coquetería de María que siempre creía ser el motivo de cualquier evento o situación. Dos águilas cambiaron de lugar, como si su lecho de amor hubiera sido mancillado por aquellos inoportunos, siempre, humanos.
Una cierva empezaba unos tenues sonidos que luego de una hora, descubrimos que nos había apartado de su cría; cuando ella nos rodeo de forma ágil y acudió junto a su prole.
Una piara de jabalíes parecían recién salidos de su charca favorita. Una especie de sauna a la que no tenían acceso los melifluos humanos. Siempre evitando espinitas o cualquier enredadera a la que parecían, predestinados a ser anclados, con la única suerte que no había una araña que continuará la faena.
Por último, Julia apareció, se había metido en el bosque hacía tres días, y ahora, salía magullada y con el tobillo derecho entablillado de forma aparatosa. Les comentó que había entrado en aquel bosque por un pueblo, que ellos sabían, estaba a treinta kilómetros. Había vagado y la histeria amenazó con ahogarle en diferentes ocasiones. Sólo su pericia y al haber estado en las últimas olimpiadas, en la modalidad de waterpolo le había concedido una nueva oportunidad.
Ellos cuando les explico el motivo de la salvación de aquel deporte, sonrieron con una cierta ironía, hasta que Petronila fue salvada de la picadura de una víbora por una certera patada de su salvadora.
Debajo de aquel árbol, ya no tan solitario pararon; estudiaron las posibilidades pero un Juan enfebrecido las quitó cualquier duda. Cogieron varias ramas de aquel árbol de la vida y de la ciencia y le hicieron una camilla que con más o menos suerte descendió por el canchal. Alli relajados, encontraron que Julia se podía comunica con Nacho a través de humo.
Juan se volvía cada poco tiempo a mirar el árbol y después contemplaba todo lo que le rodeaba y no podía creer lo que había visto y les estaba contando Julia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario