viernes, agosto 30, 2024

Bucear hasta la cueva

 Encontrándose escribiendo la crónica de un gran partido, recordó que había registrado alguno de los movimientos, ignotos para él.

 Se dirigió hacia su cámara para revisar las imágenes tomadas; por cosas de estos tiempos y estas tecnologías, apareció un programa que había visto la luz meses anteriores. 

  La indignación que le había producido la primera vez que escuchó aquel podcast, volvía ahora. Existía de antes, hablaban de las mentiras repetidas mil veces que se convierten en realidad para mucho, ya antes de Goebbels. 

  Recogía el programa aquellas mentiras después del 11M. Hablaban Gumersindo, director del digital del periódico que dirigía el amoral Pedro José; por otro lado, un Rodolfo Ruiz, inspector de la policía nacional, parecía no entender tanta maldad ni tan demoníaca.

   Sientes el veneno que inyectaron a nuestra sociedad, políticos periodistas, peones negros, y otras instancias de poder. No se ha recuperado, hoy la institución armada confía su preparación a clubes sustentados en aquellos que defienden la visión criminal de aquellos periodistas que como en la Mafia dirían no te lo tomes a mal, sólo es negocio. 

    Mientras destruyen vidas, y no somos parte de esa película, queremos ser respetados. Una utopia; el mismo partido que patrocinó aquellas mentiras, sigue apoyando a panfletos, en el peor sentido de la palabra, que no le importan las vidas humanas a pesar de utilizar señuelos de amor por la vida y la libertad.

   Te recuperas de oír la Maldad en una de sus extensiones más violentas. El escenario está preparado, las cámaras, a punto; los comentaristas, estudiados los jugadores y tácticas. Los árbitros, para que. Contratas un economista, no por nada como Taburete, bueno, risas, sino por vacilar.

    Los jugadores saltan con un cierto retraso, comprensible, dicen, los calores. Echan la moneda al aire. Cada uno quiere que sea la suya. Las tienen trucadas, ambas.

    Se les torpe, dice el comentarista. El árbitro, les recuerda el objetivo. El economista, les hace las cuentas de golpes, en la cabeza que parece haberse dado. En el marcador, los goles que son topetazos que parecen tenerles afectados.

    El reloj, me dice el baterista. Yo creo que me la aprendo, no parece difícil.

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