Miro por los cimientos de este edificio y encuentro seres extraños. No tienen nada que ver conmigo, o sí, pero les inyectaron por aquí y quitada su condición de humano, creen tener que responder a lo que le han mandado, quienes no tienen nada que ver con sus intereses, ni pudiera ser los mismos.
Las compactadoras y extendedoras que utilizamos cuando queremos igualar el pavimento nuevo que extendemos en nuestras carreteras tienen una función esencial para que no tengamos accidentes. No pensamos en la capacidad de estas máquinas para parar ante un ser humano indefenso que haya caído en medio del asfalto.
Confiamos en el conductor que haga esa discriminación y que no sea azuzado por el jefe que no ve humanos en quienes se ponen en los caminos que tiene que homogeneizar.
En el elefante encontramos su capacidad para discriminar. Se le puede poner nervioso y hacerle sentir atacado. Esas reacciones nos pueden desconcertar; sobre todo, si no analizamos nuestros actos cuando nos sacan de nuestro día a día.
Por la sábana vemos la convivencia de diferentes animales, entre ellos los elefantes. Desde hace tiempo ha entrado una especie agitando aquellos lugares.
La especie turística, gente acomodada en su país que tiene los recursos suficientes para viajar por el mundo, para asegurarse que la tierra no es plana, y que los tigres no son como la luna, unas imágenes recreadas que no existen en la realidad.
No le puedo decir nada a quien nos vigila; cumple órdenes, ya escribió algo sobre la banalización del mal, Hanna Arendt; gente que dice cumplir lo que les mandan para asesinar, para difamar, para hacer desaparecer a alguien. Sería curioso que mezclarán la existencia de un dios, con un mandato de su superior. Podríamos decir dios hecho carne, con una orden de inmoralidad, de atentar contra otro ser humano.
Del elefante he aprendido muchas cosas; viendo a uno, asesinado por un arma que a larga distancia fue percutida por un amoral que, como en la vida, desde un lugar protegido destruye todo lo que se le ha puesto a mano, es una metáfora de nuestra realidad en España.
Este, mi animal preferido de hoy, con el paso de los siglos, sigue liado con los árboles, no le ha dado por comerse a otro de sus compañeros de habitación. Alexander Platz, a mí, turista de alguna manera de aquella primera visita a Berlín. Oscura, tétrica, fruto de un tiempo, el progreso humano, la cambio y la engulló en un capitalismo salvaje, visitada por millones de turistas, ávidos de fotos. Cambiaron costumbres para desgarrar las conexiones entre las personas.
Se les enseña las luces de los cambios, que deslumbran y desenfocan los pagos que a miles de kilómetros debieron hacer otros seres humanos. Años después, se sabe que la intransigencia para que Grecia pagara su deuda venía de unos datos manipulados, de unos bancos metidos entre otros malabarismos, de obtener beneficios de la bestialización de ciudades como la Berlín turística.
Existen elefantes, animales compartiendo el apoyo mutuo entre quienes se protegen de los drones humanos que en forma de cientos de coches, maltratan su habitat, con la excusa que esas visitas sirven para mantenerles fuera de la redes de la esclavitud de los zoos. Siempre, los explotadores han utilizado los mismos argumentos. El toro bravo debe ser encerrado, banderilleado, acribillado por cortes rastreros porque es su forma de supervivencia. Nadie le cuidaría si los elegidos no tuvieran que pasar por el trance de ser asaeteados entre trampas y argucias maquinadas por los subvencionados que luego se quejan de los otros subvencionados.
Si estás por ahí, mira al elefante; es probable que la vida te haya subido a una compactadora. Guiarla te hace único, como el suelo compactado por tu guía. Para que mentirte no te acepto, te veo en mi suelo, arrojado por las palabras de un hijo que te reconvenga de tu traición a tu condición de ser sólo un conductor; por tu sitio, una maquina automatizada habrá materializado en lo que te habías convertido ya con tus actos, en un dólar más en un juego mayor, de políticos y poderosos.
Si tuvieras que ser algo, sé elefante, que protege a sus crías; aquel Itamar que conocí, que llamó en el siguiente cumpleaños, era humanidad; no sé donde estará, ni si estará lloviendo en algún Soho; crecimos en aquellos cursos; unos crecisteis, otros tocamos por entre nuestras tristezas.
Viaja con el elefante, cuando te despiertes entre la chica peligrosa; pese a que el tiempo se acaba y existen otras visiones, la del honesto animal y las de Johanna te hacen quitarte las cadenas con las que te encierran los resquemores y las órdenes de quien te dicen que te atacan. Eres grande, no seas cobarde, ni un taimado jugador de la supervivencia.
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