Al coger la mañana que le habían ofrecido se dispuso a mirarse en el espejo, a mirar a la derecha de la repisa donde estaba el bote de colonia, escanciado por él mismo con la lavanda que había recolectado. Mirando, aún más, hacía el extremo de ese lado, una pequeña ventana abierta estaba, ahora abandonada. Detrás, la puerta y en su lado izquierdo, la ducha con un cristal transparente.
Mientras se afeitaba, el cuerpo de ella, bello, ardiente le puso nervioso. Tuvo que parar porque un nuevo corte hubiera sido una carnicería sobre su rostro. El de ella, había fijado la mirada sobre él, desde aquella cristalera que habitó por un tiempo
Todo empezó un poco antes, aún recordaba el minuto que se habían dedicado a no bajar los ojos. A decirse que pudiera haber palabras, cielos, olvidos, estrellas que tintineaban pero que todo eso era menor que el mutuo deseo del encuentro de los dos cuerpos que se habían prescindido del otro, como si el agua hubiera podido haber sido ajena a la tierra; empezó el primer segundo, los ojos se miraban pero cada centímetro de aquel cuerpo deseaba ser explorado y salir a sumergirse en sus besos en el lago que rodeaba aquellas preciosas montañas.
Les costó llegar a los cinco segundos, porqué sus miradas naufragaron en su propias fragancias; buscando respirar mandaron sus dedos como periscopios, para ver superficies ignotas donde las olas de placer se arremolinarán por el choque de las corrientes sumergidas que afloraban en cada una de las yemas que remontaban a crestas en las que se erizaban espasmos; subirse allí, en la heroicidad que siempre habían soñado surfear en cada eléctrico centímetro poseído, vibrando en las tablas resbaladizas del manantial de sudores de los dos cuerpos enredados por el túnel de la consumación.
Aquel día, en que la lascivia, suplió las palabras de compromiso, culminó tras cuarenta segundos de búsquedas ciegas; los siguientes veinte segundos se rompieron las ligaduras a las manecillas sin esperas; el espacio desgarró el veneno de lo cotidiano que anestesia, aspiro su cielo; saboreo la lengua; se arremango con sus latidos
Días después se construyeron un nuevo Berlín, sin preguntarse cual era lo viejo, cual lo nuevo.
Aquella playa vio llegar tantas olas de placer, que ella misma pensó cerrarse, porque pudiera producirse un tsunami; les dejó hacer, eran ella y él, dándose de beber el infinito, de paladear la lengua del otro ansiosa por compartir.
Ahora, mira esa pequeña ventana, para comprender como es capaz de volatilizarse la felicidad.
Cierra aquel mañana. Si la veís, decirla hola
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