miércoles, diciembre 27, 2023

Peter y la puerta

   Coges un bulldozer y cumples órdenes; también parte de tí, te ha pedido que dejaras de verte en el espejo; no miras, sabes que te has convertido un monstruo.

  Te dijeron mira mi bufón, como se mete conmigo; escondiste la cabeza, como un avestruz para no ver, ni oír, el artículo posesivo clave: "mi". Era, el bufón, de los ricos y a esos, alimentarles te saldrá más caro que cuando lo hacías a los pobres.

  Cuando Peter fue a abrir la puerta, descubrió que esta era de una calidad superior a lo que le habían dicho. La apariencia era muy similar a las otras que tenía en la casa, pero al hacer presión sobre el picaporte y entreabrir la puerta, una luz iluminó un bocadillo que portaba en la mano. Sin tiempo para recuperarse de la sorpresa, el bocata fue abducido hacía el origen del foco. Él dudó de entrar, lo hizo, pero no buscó el bocata, comprendió que cualquiera tiene derecho a alimentarse. A cambio, camino hacía una escalera que no recorría hacía mucho tiempo. Vio el final, era una ascensión difícil para sus condiciones de aquellos días. 

  Valoró lo que recordaba de aquel espacio; le llegó el recuerdo de su cuerpo que, allí, había soñado ser ingrávido, buscando conectar la música con las acciones de su cuerpo. Ahora no le era posible, se agolpaban el comienzo de un giro, con el dolor de su maltrecha rodilla y el inestable tobillo que sentía el vertigo de derrumbarse y llevar consigo un cuerpo pesado y una mente derrotada.

  Encontró en aquel celestial objetivo y en su posición actual, la quietud, la atrapó como Matt Beninger "walking on a string"; este andaba, 

Peter se fijó en una estrella, ancló allí su mirada y su cuerpo y desde allí, describió olas sobre las que se subía para ir surcando los mares, sin que apareciera la tierra sobre la que estamparse y romperse. Gotas de la espuma que se iban formando, jugando a introducirse por las fosas de sus narices. otras rompían sobre los morros de las orcas que le seguían haciendo piruetas. Desde aquel espacio sin horizontes, una de ella, formó una gran pelota y la llevó tan pegada y tan rápido como lo hacía Messi; la llamó Lionel, por personalizar pero ella corrigió, no Pirorca. Nuestro protagonista se había quedado admirado, primero por la voz, como la de Humbrey Bogart, y segundo porque el origen del nombre le recordó la gran tribu Pirandria que había visitado algunos años pasados ya; le habían dicho que eran muy diferentes en sus espacios, en sus lenguas, pero que tenían unos objetivos comunes: la posibilidad de protegerse y avanzar sin las tutelas de unas élites. 

   Surfeaba la ola enfrascado en esos recuerdos y nuevos pensamientos, como cuando acabaría aquel viaje. Lo creyó finiquitado cuando percibió las formas de una isla. Sintió dos emociones muy diferentes, primero cansancio y ganas de ser arrojado sobre una playa que intuía maravillosa y donde se percibía, por ahora, aguas calmas y esmeraldas; por otro lado, sabía que quería seguir viajando, quizás a un lugar donde pudiera encauzar los sonidos que se acumulaban en la cabeza, ver aquella vieja sucia ciudad, iluminaba para él por lugares especiales que había descubierto.

    Supo balancearse lo suficiente como para evitar la poca profundidad que le hubiera anclado con la orza de su talón a las arenas que le hubiera guiado como en aquel desastre en el Menor, a unas desaprensivas y esporádicas piedras, casi ausentes en todo aquel litoral. Como Ulysses en todos los 16 de Junios, siguió vagando por noches y días buscando la Itaca donde pudiera tejer nuevos sonidos que estaba dispuesto a liberar con el trabajo de entrar en cuevas o bares, para compartir con Cíclopes o músicos los pentagramas de formas sinuosas o sencillas, pero que conectará la cabeza con el corazón que suele derramar el manto en el que se abrigan las noches donde las marejadas, quitan las osas y sólo te queda aferrarte a los delfines que se deslizan como diciendo que en lo más profundo de aquella tormenta perfecta, existe un final.

  Anclado Peter al comienzo de la escalera, la luz, satisfecha después de haberse tragado el bocadillo, le dio la mano para que de forma dubitativa, a veces aterrorizada fuera dando un paso detrás de un otro, al abismo que se abría en su mente. Se avino el haz a doblarse, que pocas veces se ha visto, para seguir dando su brazo contorsionado ahora. Cuando nuestro protagonista, tras cuatro eternidades de escalones subidos, recordó aquellos tiempos, donde el horizonte era el regazo de Dylan y su Murder most foul; en aquellos días su cuerpo se estrechó a la cadencia de la música, y se acoplaron para ser infinitos. Como, unos instantes antes, había viajado en la quietud de la ola, ahora se encontraba recorriendo como un Forrest Gump la historia de los últimos años; los mundos que habían habitado en Bob.   En nuestro primer protagonista, el corredor eterno, dirigido por Robert Zemeckis nos anulaba dentro de una gran maquinaria, nos invitaba a hacer todo lo correcto que nos marcan quienes quieren controlar el mundo. Si era así, podrías recibir multiples recompensas, como la última, la culminación de los bienaventurados, cuidar a aquel, tu amor de una bella mujer, que en un momento determinado, incluso se había rebelado contra las normas y moralidad de su país y había puesto en cuestión la participación en una guerra como la de Vietnam. Ella, parecía decir que por lógica, había tenido una mala vida y tú, la inocencia personificada en ciega Bondad, la acogías en sus instantes finales, como el padre que perdona al hijo prodigo. 

   En la Murder Most Foul, por otra parte, que se te aparece en el descansillo de ese precipicio que remontas, encuentras tantas sendas por las que pasó Mister Tambourino explorando y conociendo otros viajantes a la búsqueda de las estrellas del sonido. Envíame amor, no me envíen, por favor, sus mensajeros, esos mercenarios que comercian con la palabra libertad. La descubrieron bella y sola; la tomaron, nos la arrojaron al suelo, zarandeada, manipulada, arrastrada, enamorados la quisimos levantar y caminar con ella, pero la habían quitado sus esencias y ahora en grandes carteles, nos la anunciaban a la venta. pagado con la desaparición de nosotros mismos, quienes la habían mancillado.

   Como no recordar cuando la luz se había ido y con cada uno de sus descubrimientos musicales que le iba nombrando, salías a un escenario en el que tu incluso podías ser protagonista; entonces con un cuerpo que se engañaba hasta que había descubierto en Edimburg, si no hay trabajo no hay encuentro. Ahora, con el temor que ser demasiado tarde, pero con el convencimiento de que un paso, seguido a otro, darían al cuerpo y mente, una oportunidad que buscaba a los sonidos que salieran de allí para habitar en un saxofón, danzarín, pero ahora, por fin, desde la entrega, el esfuerzo y siempre agradecimiento a las sonrisas en el recuerdo.

  Se siento, llegar arriba, tal vez sea un mal lugar, al no recordar, ya, bajar; son los tiempos de admisión de la barbarie. La luz le levanta, le hace niño, le desliza hasta la puerta. Se había quedado entreabierta, sale, la cierra; ha salido a un nuevo lugar para viajar, no soñando el pasado, no piensa en lo último, sólo estos instantes descritos para descubrirse

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Siameses y mercader

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Zaida, Fernando y