Coges un bulldozer y cumples órdenes; también parte de tí, te ha pedido que dejaras de verte en el espejo; no miras, sabes que te has convertido un monstruo.
Te dijeron mira mi bufón,
como se mete conmigo; escondiste la cabeza, como un avestruz para no ver, ni
oír, el artículo posesivo clave: "mi". Era, el bufón, de los ricos y
a esos, alimentarles te saldrá más caro que cuando lo hacías a los pobres.
Cuando Peter fue a abrir
la puerta, descubrió que esta era de una calidad superior a lo que le habían
dicho. La apariencia era muy similar a las otras que tenía en la casa, pero al
hacer presión sobre el picaporte y entreabrir la puerta, una luz iluminó un
bocadillo que portaba en la mano. Sin tiempo para recuperarse de la sorpresa,
el bocata fue abducido hacía el origen del foco. Él dudó de entrar, lo hizo,
pero no buscó el bocata, comprendió que cualquiera tiene derecho a alimentarse.
A cambio, camino hacía una escalera que no recorría hacía mucho tiempo. Vio el
final, era una ascensión difícil para sus condiciones de aquellos días.
Valoró lo que recordaba de
aquel espacio; le llegó el recuerdo de su cuerpo que, allí, había soñado ser
ingrávido, buscando conectar la música con las acciones de su cuerpo. Ahora no
le era posible, se agolpaban el comienzo de un giro, con el dolor de su
maltrecha rodilla y el inestable tobillo que sentía el vertigo de derrumbarse y
llevar consigo un cuerpo pesado y una mente derrotada.
Encontró en aquel celestial objetivo y en su posición actual, la quietud, la atrapó como Matt Beninger "walking on a string"; este andaba,
Peter se fijó en una estrella,
ancló allí su mirada y su cuerpo y desde allí, describió olas sobre las que se
subía para ir surcando los mares, sin que apareciera la tierra sobre la que
estamparse y romperse. Gotas de la espuma que se iban formando, jugando a
introducirse por las fosas de sus narices. otras rompían sobre los morros de
las orcas que le seguían haciendo piruetas. Desde aquel espacio sin horizontes,
una de ella, formó una gran pelota y la llevó tan pegada y tan rápido como lo
hacía Messi; la llamó Lionel, por personalizar pero ella corrigió, no Pirorca.
Nuestro protagonista se había quedado admirado, primero por la voz, como la de
Humbrey Bogart, y segundo porque el origen del nombre le recordó la gran tribu
Pirandria que había visitado algunos años pasados ya; le habían dicho que eran muy
diferentes en sus espacios, en sus lenguas, pero que tenían unos objetivos
comunes: la posibilidad de protegerse y avanzar sin las tutelas de unas
élites.
Surfeaba la ola
enfrascado en esos recuerdos y nuevos pensamientos, como cuando acabaría aquel
viaje. Lo creyó finiquitado cuando percibió las formas de una isla. Sintió dos
emociones muy diferentes, primero cansancio y ganas de ser arrojado sobre una
playa que intuía maravillosa y donde se percibía, por ahora, aguas calmas y
esmeraldas; por otro lado, sabía que quería seguir viajando, quizás a un lugar
donde pudiera encauzar los sonidos que se acumulaban en la cabeza, ver aquella
vieja sucia ciudad, iluminaba para él por lugares especiales que había
descubierto.
Supo balancearse lo
suficiente como para evitar la poca profundidad que le hubiera anclado con la orza de su talón a las arenas que le hubiera guiado como en aquel desastre en
el Menor, a unas desaprensivas y esporádicas piedras, casi ausentes en todo
aquel litoral. Como Ulysses en todos los 16 de Junios, siguió vagando por
noches y días buscando la Itaca donde pudiera tejer nuevos sonidos que estaba
dispuesto a liberar con el trabajo de entrar en cuevas o bares, para compartir
con Cíclopes o músicos los pentagramas de formas sinuosas o sencillas, pero que
conectará la cabeza con el corazón que suele derramar el manto en el que se
abrigan las noches donde las marejadas, quitan las osas y sólo te queda
aferrarte a los delfines que se deslizan como diciendo que en lo más profundo
de aquella tormenta perfecta, existe un final.
Anclado Peter al comienzo
de la escalera, la luz, satisfecha después de haberse tragado el bocadillo, le
dio la mano para que de forma dubitativa, a veces aterrorizada fuera dando un
paso detrás de un otro, al abismo que se abría en su mente. Se avino el haz a
doblarse, que pocas veces se ha visto, para seguir dando su brazo contorsionado
ahora. Cuando nuestro protagonista, tras cuatro eternidades de escalones subidos, recordó
aquellos tiempos, donde el horizonte era el regazo de Dylan y su Murder most
foul; en aquellos días su cuerpo se estrechó a la cadencia de la música, y se
acoplaron para ser infinitos. Como, unos instantes antes, había viajado en la
quietud de la ola, ahora se encontraba recorriendo como un Forrest Gump la
historia de los últimos años; los mundos que habían habitado en Bob. En nuestro
primer protagonista, el corredor eterno, dirigido por Robert Zemeckis nos anulaba dentro de una
gran maquinaria, nos invitaba a hacer todo lo correcto que nos marcan quienes
quieren controlar el mundo. Si era así, podrías recibir multiples recompensas,
como la última, la culminación de los bienaventurados, cuidar a aquel, tu amor
de una bella mujer, que en un momento determinado, incluso se había rebelado
contra las normas y moralidad de su país y había puesto en cuestión la
participación en una guerra como la de Vietnam. Ella, parecía decir que por
lógica, había tenido una mala vida y tú, la inocencia personificada en ciega Bondad, la acogías en sus instantes
finales, como el padre que perdona al hijo prodigo.
En la Murder Most
Foul, por otra parte, que se te aparece en el descansillo de ese precipicio que remontas,
encuentras tantas sendas por las que pasó Mister Tambourino explorando y
conociendo otros viajantes a la búsqueda de las estrellas del sonido. Envíame
amor, no me envíen, por favor, sus mensajeros, esos mercenarios que comercian con la palabra libertad.
La descubrieron bella y sola; la tomaron, nos la arrojaron al suelo,
zarandeada, manipulada, arrastrada, enamorados la quisimos levantar y caminar
con ella, pero la habían quitado sus esencias y ahora en grandes carteles, nos
la anunciaban a la venta. pagado con la desaparición de nosotros mismos, quienes la habían mancillado.
Como no recordar
cuando la luz se había ido y con cada uno de sus descubrimientos musicales que
le iba nombrando, salías a un escenario en el que tu incluso podías ser
protagonista; entonces con un cuerpo que se engañaba hasta que había descubierto
en Edimburg, si no hay trabajo no hay encuentro. Ahora, con el temor que ser demasiado tarde, pero con el convencimiento de que un paso, seguido a otro, darían al cuerpo y mente, una oportunidad que buscaba a los sonidos que salieran de allí para habitar en un
saxofón, danzarín, pero ahora, por fin, desde la entrega, el esfuerzo y siempre
agradecimiento a las sonrisas en el recuerdo.
Se siento, llegar arriba, tal vez sea un mal lugar, al no recordar, ya,
bajar; son los tiempos de admisión de la barbarie. La luz le levanta, le hace
niño, le desliza hasta la puerta. Se había quedado entreabierta, sale, la
cierra; ha salido a un nuevo lugar para viajar, no soñando el pasado, no piensa
en lo último, sólo estos instantes descritos para descubrirse
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